Ricardo GAranda. 190124
Nunca antes estuve en las
calles de Talvezcity. En numerosas ocasiones soñé con ella en base a los datos
que me fueron facilitando gentes que, a su vez, habían recibido esa información
de otras personas que la habían soñado igualmente. El caso es que hoy estoy
aquí, y me gusta.
Talvezcity no es un lugar
como el resto de los lugares: tiene mar, pero su agua es distinta, con un
brillo especial que la hace más aceptable, y algo más distinto ha de tener
porque los surfistas no caen nunca, siempre cogen la ola a lo lejos y llegan en
ella hasta la orilla. Es más, veo como algunos se introducen en un perfecto
bucle, llegan a salir de él y aún pueden coger otro más antes de llegar a la
arena.
Las calles no son del
todo rectas, no son perfectas en ese sentido, pero están limpias. Quiero decir,
perfectamente limpias, como podría estar el pasillo de una casa limpia. Hay
vehículos, pero no suenan, ni huelen, ni se desordenan. Casi todos están en
movimiento, alguno, excepcionalmente, está parado en los laterales por alguna
necesidad perentoria, pero continúan su marcha enseguida, no hay vehículos
aparcados en los laterales, me dice mi acompañante que la ciudad está hueca,
hay un enorme espacio kilométrico debajo de nosotros para albergar a los
vehículos cuando no es necesario moverlos. También me cuenta que, por esa otra
planta, circulan largos y cómodos vehículos públicos que trasladan, de un lugar
a otro de la ciudad, a la mayoría de sus habitantes. Tengo que bajar a verlo.
No hay basura, no se ve
en ningún sitio ni cubos ni contenedores. Bueno, corrijo, seguro que hay
basura, pero no se ve, no se huele. Leí en un folleto que me facilitaron en la
oficina de información popular que en cada edificio hay un sistema por el que
la basura de cada familia o centro de trabajo se va trasladando a través de un
sistema de tuberías, pequeñas en sus inicios y con un diámetro creciente según
va avanzando hasta unos enormes depósitos, en un tercer nivel, dónde se separa
la que sea digna de ser reciclada, de la meramente orgánica. La primera se
desvía, a través de unas nuevas tuberías, hasta las plantas correspondientes de
reciclaje, la del papel, la del vidrio, la de cristal, la de plástico, etc... Y
la última, la orgánica, se traslada a una descomunal fábrica que alimenta de
energía renovada a gran parte de la ciudad.
Mi acompañante Fausto me
informa que con la reconversión de la basura orgánica en energía se mantiene la
necesidad de electricidad para los vehículos y los edificios de organismos
oficiales. El resto, la energía necesaria para los vehículos y viviendas
privadas, y para las diversas fábricas, se obtiene de un perfecto tándem de
captación de recursos eólicos y solares. Cuando los días están claros, la
energía solar es captada y trasformada a través de muchas pequeñas placas,
alargadas, situadas discretamente en cientos de espacios de la ciudad: Plazas,
rotondas, parques, jardines, además de otros cientos en edificios de todo uso.
Cuando el tiempo es tormentoso y el sol esconde sus fuerzas convertibles, son
pequeños molinos, de reducidas aspas, situados en las terrazas de los edificios
más altos, los encargados de facilitar esa energía necesaria. Ahora se tiene ya muy avanzado un proyecto de energía undomotriz, que aprovechará la fuerza de las olas del mar. En el mismo
tercer nivel, dónde tienen la reconversión de la basura orgánica, existen
enormes acumuladores que guardan la energía no utilizada, para aquellos días
dónde no existen las condiciones climáticas como para que funcionen
adecuadamente ni las placas ni los molinillos.
Es por ello por lo que la
factura de la luz de Fausto y del resto de los habitantes de Talvezcity, es de
un coste bajo, casi insignificante, solo lo imprescindible para cubrir los
gastos de mantenimiento de las plaquitas, los molinillos y los acumuladores.
No sé si ya comenté que
los carburantes fósiles son totalmente inexistentes. Coches, cocinas,
calefacciones…todo con energía eléctrica conseguida de las maneras que he
narrado. Cada vivienda tiene un contador, pero no para saber lo que hay que
pagar a final de mes, que se resuelve con una tarifa plana, sino para conocer
el nivel de gasto que estás produciendo y que, lógicamente, ha de tener un
límite solidario.
Una de las pocas cosas
que me ha dado tiempo de comprobar es que en las casas tampoco hay
instalaciones de internet. Este funciona gracias a un magnifico sistema de Wi-Fi
público que llega a los lugares más recónditos de la ciudad. Este sistema
también es gratis para utilizaciones grupales o individuales, para todo el
mundo.
Es muy curioso lo que me
cuenta Fausto sobre su financiación: el sistema se sostiene con un canon que
pagan las marcas por “no publicitarse”, porque no hay publicidad en los medios
de comunicación que usan el sistema internet. Me explica: “Si las demás marcas
no hacen publicidad, yo tampoco necesito hacerla” por ello pago un pequeño
canon de “no publicidad” que, como marca, me resulta muchísimo más barato que
si tuviese que publicitarme.
Por la misma razón
tampoco hay carteles ni luminosos de publicidad en la vía pública. Ya digo,
calles limpias como el pasillo de una casa.
Le pregunté a Fausto por
el funcionamiento del sistema Sanitario y él me fue explicando mientras
andábamos hacia uno de los diez pequeños centros de atención sanitaria que
estaban en activo.
Todo el sistema es público
y totalmente universal. Facilita su sostenibilidad el reducido nivel de
enfermedades que necesitan seguimiento y operaciones. La falta de contaminación,
el reducidísimo nivel de estrés y la adecuada atención preventiva reduce el
número de enfermos críticos.
No es gratuita para todo
el mundo, continuó Fausto, en su momento se decidió que aquellas familias que
pudieran tener poder adquisitivo para pagarse un sistema de sanidad privada,
trasladaran ese potencial económico, con una importante reducción, al sistema
de sanidad pública, tanto a su nivel asistencial como al de la investigación.
Como el nivel de renta
per cápita de los habitantes de Talvezcity es elevado, los ingresos procedentes
de quienes pueden permitirse estas aportaciones, son suficientemente
importantes como para que la administración pueda facilitar los medios
económicos necesarios para un casi perfecto sistema de investigación. Desde
luego, los mejores investigadores del mundo no ponen ningún reparo en venirse a
trabajar a esta ciudad.
Una de las consecuencias
más espectacular es la enorme reducción de fallecimientos por enfermedades como
el cáncer. No solo porque se hayan descubierto en estas investigaciones
fármacos y tratamientos para evitar la mortandad de esta enfermedad, sino
porque, además, los adecuados medios de investigación comprobaron una antigua
sospecha: El estrés moviliza en nuestros organismos las células cancerígenas
que durante muchos años están inmovilizadas en él. Sencillo, reduce el estrés y
reducirás los casos de afectaciones cancerígenas.
Mientras me contaba todo
esto, llegamos a uno de esos diez hospitales. Pequeño, silencioso, relajante.
En recepción, Fausto puso su huella dactilar en una pequeña pantalla y una voz
le saludó por su nombre y se ofreció para atenderle en lo que necesitara:
petición de cita previa o cumplimiento de la que ya tuviera. Yo lo intenté
también para probar y la voz me avisó de que no me reconocía el sistema pero
que en menos de dos minutos sería atendido. Así sucedió, enseguida apareció un
joven con bata que estaba dispuesto a ayudarme a que me atendiera el doctor o
la doctora correspondiente.
Fausto me contó que para
que la atención fuese más directa y eficaz habían pensado que era mejor tener
varios pequeños hospitales en lugar de un Macro. Más caro, aparentemente, pero
más eficaz para cubrir el objetivo que se perseguía: la salud de los habitantes
de Talvezcity. Parece que, en su momento, pensaron que, al final, cubrir el
objetivo con eficacia resultaba mucho más económico que no cumplirlo y aceptar
las consecuencias de largos periodos de enfermedad en un número elevado de
casos.
Después de esto ya no
pregunté por el sistema educativo, supuse que su sostenimiento estaría basado
en el mismo sistema. Por ello, igualmente, los mejores especialistas y los
mejores educadores del mundo estarán deseando venir aquí a trabajar e intentar
desarrollar sus ideas. Mi amigo me confirmó que era, igualmente, universal, con
el mismo sistema de cuotas que el sanitario.
Desde el hospital nos
sentamos en la terraza que una cafetería tenía en un parque cercano. Un parque
inmenso con enormes árboles, algunos de ellos bien apuntalados, parece que
preferían asegurarlos antes que podarlos por el miedo a su caída. Seguimos
hablando mi amigo Fausto y yo, y, ante mis preguntas, continuó informándome del
funcionamiento de más cuestiones en esta extraña ciudad. Le pregunté cómo
funcionaba el apoyo de la administración a las artes y espectáculos, y ¡uy
sorpresa!: cine, teatro, música, literatura, pintura y escultura, etcc… Todo es
de competencia totalmente privada.
La razón, según me
cuenta, es que la administración nunca quiere favorecer a algunos con lo que
ello supone de menosprecio a los demás. No hay siquiera premios o valoraciones
públicas, consideran que todo ello estaría basado en un sistema subjetivo,
siempre sospechoso de favorecer a unos con el perjuicio de otros. Se comprende
que hay técnicas de laboratorios o de estudios arquitectónicos, para valorar la
composición de un fármaco o la viabilidad de la construcción de un puente, pero
¿quién puede valorar la calidad y la belleza de una obra de arte, de una
composición poética, de una pieza musical? Parece que llegaron a la conclusión
de que desde la administración pública no se deben hacer esas valoraciones, que
siempre serán tan acertadas como erróneas. Consideran que este es un asunto que
debe resolverse en las relaciones privadas, dónde instintivamente se acepta el
margen de error subjetivo.
Me daba mucha pereza
despedirme y volver a mi mundo, en el que los surfistas se caen al agua
derribados por las olas, dónde sus calles están manchadas de grasas, humos y
cáscaras de cacahuetes, animadas con el ruido de los autobuses que frenan y
aceleran, con coches mal aparcados ocupando más del espacio que le corresponde
calles en las que se huele los contenedores de basura orgánica mezclada con
todo tipo de materiales potencialmente reciclables. En el que hay que pagar
facturas, a veces inasumibles, de electricidad y gasóleo y comunicaciones con
una molesta publicidad que supone una subida de precios de los productos
anunciados que después tenemos que ir adquiriendo. Un mundo en el que hay que
asumir los riesgos de unos sistemas de sanidad y enseñanza masificados,
deteriorados y mal atendidos, que, a pesar de ello, se llevan por delante gran
parte de nuestros impuestos.
Me estaba dando mucha
pereza volver a parques con árboles podados y aceptar el nivel de calidad de un
artista, de un poeta, de un novelista en razón a las ayudas y premios
recibidos. Me daba envidia de Fausto.
--¿Tus padres nacieron
aquí? Le pregunté. Y su respuesta fue mi última sorpresa:
--Ni mis padres, ni yo,
ni nadie de las gentes que vivimos en Talvezcity: Lo hicimos, lo construimos.