fotografia e J.L. Romero |
Solo
de aquello ficticio, no existente, podemos prescindir a voluntad. Para las cosas
que ocurren realmente, la memoria es un poder autónomo, incontrolable.
Y
en la historia de la humanidad, también en nuestro país, vivimos la violencia
de la confrontación bélica, y recordar, o no, aquello y sus consecuencias, no es
algo que pueda depender de nuestra voluntad, máxime cuando algunas de esas consecuencias
siguen vigentes, continúan siendo reales después de los años.
Sólo
hablan de "no abrir heridas" aquellos que nunca tuvieron más que rasguños.
Quienes de verdad conocen esas heridas en ellos mismos o en sus personas queridas, quisieran cerrarlas, curarlas, pero con una desinfección previa adecuada, para no
tener que volver a abrir.
Puerto de Vega, ese recoleto rincón del occidente asturiano, fue el lugar en donde el narrador de mi relato conoció esta humana historia de aquella guerra.
Mientras
paseaban por las calles de Vega, por su puerto, su mirador, la plaza de Cupido,
su Atalaya, su padre le hizo partícipe de algo que ocurrió en plena guerra
civil y que había permanecido oculto desde entonces.
Yo
ya escribí un poema cuando la conocí, y es ahora cuando en el contexto del
libro de relatos “Pesadilla en
Zocodover” se convierte en una narración, en ambos casos con el mismo
título: “Juan, de la Guerra nada”
…De
la guerra nada, Juan,
de
la guerra nada,
ni
de azules
ni
de rojos,
ni
del pelotón
Ilustración de Cecilia Romero |
ni
de mi grito,
ni
de que tú abriste tus ojos.
Nada
del estallido de los fusiles.
De
la guerra nada
solo
este abrazo nos queda
y
tu vida
y
la mía
entre
la muerte de miles.
Nada
de la guerra…
Como
digo, paseando por esta bella localidad, el padre del narrador le cuenta como hace ya muchos años, en plena guerra
entre paisanos, conocidos, amigos, tuvo la oportunidad de salvar la vida a un hombre que luchaba
en el bando contrario, y se la salvó, pero solo a él.
Se
trataba de un paisano al que reconoció cuándo le iban a fusilar. Alzó su voz
para defenderle y parece que fue una voz potente porque le
libró de morir.
Ninguna
de las dos familias supo nunca nada porque el silencio de ambos fue total,
jamás contaron nada hasta este momento en el que uno de los protagonistas,
fallecido ya el otro, decide contárselo a su hijo aprovechando un viaje
turístico a Vega, Puerto de Vega.
Su
paisano Juan llegó a escuchar las voces de muerte: “Carguen”, “Apunten”. Cerró
los ojos y entonces escuchó aquella otra voz, grito: ¡NO! que le
conmutó la muerte por vida.
Pero
los que estaban en el mismo grupo que Juan no tuvieron a ningún paisano que gritara a su favor. Por
eso el padre del narrador llevaba toda la vida con ese sentimiento
contradictorio que aún hoy no le permitía contar esta historia de vida entre
muerte con ningún atisbo de alegría. Es de plomo la memoria de aquella
experiencia bélica.
Es
una Historia más de las quince que se cuentan, sobre temas diversos, en “Pesadilla en Zocodover”. Valdrá la pena.
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