Ricardo GAranda (@rgarciaaranda)
Hoy, nueve de diciembre, desde ésta
vacía, pero mimada, plaza de la aldea de Casalgordo. Aquí estamos mi cuaderno,
mis sombras y yo.
Y
es la niebla de este extraño diciembre, que me oculta la Sierra Gorda y la
Media Luna de estos Montes de Toledo, la que me hace desear un poema para
encontrar mi bolsa de oxígeno. Qué lejos estaría todo si midiera los metros
desde la mesa de mi cueva, desde ese ordenador, cojo de letras, ciego de mundo y sordo de
palabras.
Desde aquí tampoco estoy mucho más cerca hoy, desde este atrio de la iglesia no consigo acercarme a ninguna pista que me permita entender qué es lo que sucede, qué nos pasa. ¿en qué momento empezamos a perder todo? Si al menos esta niebla levantara podría yo ver que es lo que hay más allá de
esta aldea, y así asumir el conocimiento de estas distancias mías.
Vuelve hoy la poesía a ser mi viejo enlace con la vida. Pero ahora tengo ventaja, la poesía mía tiene un apoyo extraordinario en esta aldea, en esta plaza, que no siempre estuvo vacía de gritos, alegrías y cantos infantiles.
Ahora puedo sentir que cualquier
día pierdo definitivamente mis lazos y me quedo aquí colgado, en el espacio del sueño
intolerante con la vida. Es lo que tenemos los poetas, que en cualquier momento
nos inventamos un espacio, aunque de nada nos sirva, aunque sea mentira. El espacio, que no la poesía.
Y
quiero escribir un poema, y lo escribo, y el amor vuelve a cogerme del brazo y
me sujeta, y me sujeto. Está muy bien el amor a este lado de la niebla.
Mis amigos y mis amigas del Revuelo saben que hoy, nueve de diciembre yo voy a escribir un poema que habla del amor y del infierno, pero precisamente hoy, sin pretender ser ingrato con ese amor que me agarra y me impide caer en
el abismo, mi poesía marcha por otros lugares, por guerras y por mares, por
vidas desesperadas y por muertes tan crueles como innecesarias.
Tenía
una deuda desde que la vida me bloqueó el camino que habíamos previsto. Con algunos
años de retraso, hace unos días, en el pasado otoño, salieron al fin de mi garganta y de gargantas amigas
estos impotentes gritos de FOREIGN, y
hoy, sentado en el atrio de la iglesia de Casalgordo, comprobando como el sol
al final venció a la niebla y viendo,
ahora sí, los humildes pero agradables montes que separan los dominios del Tajo
de los del Guadiana, vengo a recordar uno de aquellos poemas que hace más de
cuatro años anoté sobre un papel allá, en mi otro rincón, en la otra Vega.
Si
solo fuera hambre,
pero
es miedo lo que traen.
Miedo
a la vida que les huye,
miedo
a la muerte que les sigue.
Si
solo fuera hambre,
pero
es muerte y miedo
lo
que traen en suerte.
Quién
paga la miseria cautiva,
cual
es el precio del hambre,
del
miedo, de la muerte.
Pan,
abrazo, vida.
Nadie
paga la moneda.
La
valla y la jaula
son
la respuesta vacía
al
ahorro de estos tiempos
de
cortas veredas,
vidas
cortas y baldías
que
no suman las cuentas.
Hijos
ya torcidos tras los vientos
del
horror en las raíces
de
su vital aventura,
hijos
ya humillados
por
la furia del hombre
y
ese odio
del
que ya esos niños saben.
Si
solo fuera hambre,
pero
es miedo de sangre lo que traen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario