Algunos viernes no tengo claro qué puede haber de
interesante sobre lo que yo pueda mostrar mi opinión y que resulte mínimamente
atractivo para mi reducido grupo de lectoras y lectores, me aprieto las
meninges y suelo sacar algún tema, con mayor o menor éxito. Hoy tengo el
problema contrario.
Pero no voy a hablar de los atentados de Catalunya
porque mi opinión desune, y creo que tenemos que esforzarnos en lo contrario.
También descarto hablar de esta mujer que no quiere entregar a sus hijos. En
ambos casos tengo una opinión tomada y largamente expresada en mis perfiles de
redes. Tengo que reconocer que en ambos casos me he llevado grandes decepciones
por las posiciones de ciertas gentes.. Tal vez por ello no quiero ahondar más
aquí, aunque no me retiro, ¡ni mucho menos!
Tampoco voy a hablar hoy de cómo una prestigiosa
empresa como el banco Santander, aparentemente respetuosa con las
decisiones democráticamente tomadas en España, se permite el lujo de boicotear
normas aprobadas en el Parlamento de Uruguay, referentes a la legalización y
control de la marihuana. Pero tengo el deseo de reflexionar sobre éste tema en
otra columna, la irresponsabilidad social que yo entiendo está cometiendo el
Santander y otras empresas financieras merecen una oportuna crítica.
Hoy he decidido hablar de algo más intemporal,
¿comodidad? Creo que sí, lo siento, sabéis que no suelo escaquearme, pero llevo
unos días de mucha tensión en las redes y quiero relajarme.
Yo tuve un
amigo en la Euskadi de los tiempos de las pistolas que me decía que detrás de
lo que leíamos en la prensa y lo que escuchábamos en los medios audiovisuales
había mucho más, sobre todo había muchos silencios y estos son muy difíciles de
narrar. Me decía que, incluso a veces, sobre todo en las reuniones familiares
había que tener mucho cuidado con lo que se decía. Cuidado para el sencillo pero
horroroso objetivo de conseguir eso: el silencio. Poco más era posible.
Yo llegué a escribir una columna sobre este asunto,
seguro que me quedé corto.
Fernando Aramburu nos cuenta la historia de Bittori,
la viuda de un asesinado por eta, amiga de la madre de un etarra posible asesino
de su marido, que era muy amigo del padre de ese etarra. Lo peor en Patria no
es la muerte de El Txato, es el silencio que rodea al Txato antes de su muerte,
de sus amigos, de sus tertulianos, de sus compañeros de bicicleta, de Joxian,
su mejor amigo hasta que apareció la primera pintada que le condenaba al aislamiento
y a la señalización como objetivo.
Lo peor de lo que cuenta Patria es entender,
igualmente, ese otro silencio que en el pueblo se produce después del asesinato
del Txato. Con el dolor de la muerte, la
familia ha de irse del pueblo, allí ya no son queridos, aunque lo hayan sido
durante muchos años, durante toda sus vidas. Hasta para enterrarlo han de
desplazarse de población, sólo así asisten dos o tres conocidos, escondiéndose.
Silencio profundo, ancestral. Silencio de odios. Silencio de incomprensión
absoluta. Silencio.
Aramburu nos presenta el panorama de la dureza
sicológica sin obviar la física pero sin recrearse en esta última. Nos muestra cómo
se ocultan sentimientos naturales en pro de doctrinas de separación, de
banderas, de odios no comprendidos, no racionalizados.
Ahora ya se puede leer con relajación esta historia,
supongo que los vascos pueden leerla con alguna lágrima colgando. A mi desde
luego se me han caído, pero yo no soy vasco.
“Patria”, de Fernando Aramburu. Leerla. Esto se ha
vivido.
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