viernes, 4 de enero de 2019

El Hombre que rechazó las Fresas y prefirió la Nata


Ricardo GAranda (rgarciaaranda)


Antes de este Hombre hubo muchos otros y muchas mujeres que cultivaron rojas fresas, que cuidaron de su madurez y de los matices que cada una dejaba en el paladar de los comensales.

Pero a este Hombre le dio miedo, descubrió que era mucho más fácil saborearlas que explicar esos matices que avanzan del ácido al dulce, con algunos tonos amargos, en sus papilas gustativas. A este hombre le dio miedo no encontrar los aplausos tras su explicación.
Conoció este Hombre bien las fresas rojas. Las vio, las llegó incluso a arrancar de la mata, con sobresalto cuando eran frutos prohibidos, pero más tarde con el mimo de quien las desea.
Llegó a llenar su casa de fresas rojas este Hombre, y presumió de ello ante sus gentes y ante las contrarias. Realmente se respiraba un agradable ambiente en esa época en la casa de este Hombre.

Pero algunos de sus mayores le convencieron de que tenía que ser cauto, que si las comía tendría que asumir el riesgo de apartarse de la mesa. Mejor, le dijeron, dedícate a comer de la blanca nata, es plana y suave, puedes planificar bien cómo y por dónde comértela. Aparta esos frutos rojos, le dijeron, es posible que te gusten a ti y a algunos más, pero ¿a cuántos? Esa es la clave, le dijeron a este Hombre.

Las rojas fresas complicaban mucho la vida de quien no quería correr riesgos de perder su sitio en la mesa, por muy magníficas, bellas y apetecibles que parecieran.
La blanca nata era más abundante y por tanto, más apetitosa de atacar, más fácil, más dócil, más dulce…
Con las rojas fresas, a veces, hay que soportar incómodos grados de acidez si aún no ha trascurrido el completo proceso de maduración. Sin embargo, la blanca nata ya viene bien edulcorada y así es fácil  de acostumbrar el paladar. El dulzor de la blanca nata es mucho menos complicado de defender, mientras que para explicar los matices que la fresa roja nos deja en el mental-paladar hay que esforzarse mucho más y, lo que es peor, sin éxito garantizado.

Para el Hombre que rechazó las fresas buscando la nata, esa cuestión era fundamental.

Por eso, después del banquete, como la inmensa mayoría de los planos comensales, prefirió la blanca y fácil nata. Las fresas rojas quedaron marginadas en las esquinas de la mesa hasta que, despreciando absolutamente el valor que pudieran tener, la brigada blanca de limpieza las amontonó y terminaron en el cubo de la basura.

El mundo así se convirtió en algo uniforme, tranquilo, fácil de reconocer. En él las decisiones necesariamente habrían de ser blancas.

Las rojas fresas terminaron en los estercoleros que el mundo blanco cedía gustosamente en ciertos rincones. Abandonadas de los hombres que no quisieron complicarse en sus gustos, pudriéndose con la única esperanza de servir de abono a las plantas nodrizas y ayudar así a que, con una insistencia incómoda para el blanco mundo, vuelvan a brotar fresas que desde el verde inicial terminen en un rojo potente, buscando a los hombres y a las mujeres que se atrevan a gritar que la fresa roja es crucial para cambiar el sabor de un mundo apáticamente blanco.

Este Hombre fue a lo fácil y se mantuvo en la fiesta, pero no será recordado, porque sus hijos y los nuestros no nos recordaran por lo que fuimos, ni siquiera por lo que hicimos. Nos recordarán, más bien, por lo que quisimos, amamos y luchamos.
Por las fresas rojas que saboreamos.



1 comentario:

  1. Es curioso, que siendo este el relato que más se ha leído, más de cinco mil visitas, tal vez ya seis mil, no tiene ningún comentario ¿por qué?

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