jueves, 6 de diciembre de 2018

Página 119 (I)




Ricardo GAranda (@rgarciaarnda)


Un domingo por la tarde de esos días inidentificables entre el fin del agotado Verano y el principio del tímido Otoño te persigue la idea de la existencia de tus dos vidas, incluso de la conveniencia de que ambas compitan para hacer viable la expresión de una compostura aceptable ante el deseo de apartarse y la necesidad de continuar a pesar de todo.

Un domingo por la tarde de esos en los que parece que el mundo entero se rinde para allanar el camino y hacer menos dramática la presencia del sacrificado y triste lunes, nada te satisface más que encerrarte en tu melancólica existencia mientras paseas por las calles vacías del pueblo que te vio nacer y la vio vivir. Con una de tus vidas sonríes a las pocas personas con las que te cruzas. No sólo porque es lo que esperan de ti, sino también porque comprendes que ellas no tienen la culpa de que tu otra vida esté mohína y barruntando tristezas irresolubles.


Necesitabas salir de allí. Además José Luis ya te estaba apremiando para que escribieras una historia y no eras capaz, querías tirar la toalla. Nada nuevo, salvo que esta vez me contaste que tu sensación era bastante más agobiante que otras. Tu problema ya ni siquiera era mandar a la mierda a José Luis y que apretara a otros y a otras para cerrar esa antología, el verdadero problema es que tenías la extraña y agobiante percepción de que nunca en tu vida volverías a ser capaz de inventarte una historia medianamente digna de ser publicada sin el riesgo de que los lectores la prendan fuego y no vuelvan a leer nada tuyo en el resto de sus días.

Pareciera que, en su personal competición, ninguna de tus dos vidas tenía nada interesante que contar a nadie, desde luego nada imaginativo que pueda valer la pena.
Alicia te puso un mensaje: el día tres presentamos el Memorial en Cádiz, y el cuatro en Sevilla ¿Te apuntas a alguna?
Anda que tardaste en contestar: a las dos.

Pensaste que cualquier excusa era perfecta para acercarse a Cádiz. Esta tenía un importante valor añadido: el Memorial era algo más que un libro, mucho más: la página ciento diecinueve estaba escrita por el yo que se quedó parado aquel treinta y uno de Enero de hace ya más de dos años, el que todos los días necesita que el otro le convenza por la mañana para levantarse y hablar, escribir, vivir.
Y  además así tenías una válvula de escape. Tal vez…

Cádiz
Te apeteció conducir por el Valle de Alcudia y la Sierra Madrona. Tenías que pasar por el mirador de Montoro. Pero esta vez decidiste no parar. Debiste pensar que necesitabas iniciar pequeñas rebeliones. Ella te lo pedía ¿verdad? Quería que vivieras tu vida separándote de recuerdos que te ataran en exceso. Esta vez hiciste caso, no paraste en ese Mirador desde dónde siempre habías visto Montoro y su valle con ella a tu lado. Seguro que no te sirvió de nada. Seguro que el nudo fue idéntico al de la última vez.

Entrar en Cádiz por cualquiera de sus puentes ya impresiona y posiciona. Rodeado de la Mar, sin escape: O resuelves o te hundes. Te dan ganas de parar el coche en la mitad del viaducto y reflexionar, es una especie de ultimátum.

Y es que no es Cádiz una ciudad  para esconderse, es para recorrerla en compañía, tiene demasiada luz como para ir hablando con fantasmas, demasiado sosiego como para perderse la tranquilidad que te rodea en sus estrechas calles y sus numerosas plazas. Es una pena no disfrutar de esa maravillosa sensación física por culpa de estar inmerso en recuerdos de lo que tu vida fue y ensoñaciones sobre lo que ya nunca podrá ser.

(Continuaremos la historia en otro momento, que me estoy quedando sin batería)




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