jueves, 12 de octubre de 2017

El perro y el gato.

 Ricardo Garanda Rojas (@rgarciaaranda)


Todo el mundo sabe utilizar perfectamente la imagen de la confrontación entre un perro y un gato para indicar que dos personas o dos colectivos se llevan mal de manera continua. Es curioso este paralelismo que el acervo popular hace del comportamiento de dos animales y dos o varios seres humanos. Si se trata de un humano solo, no comparamos, sencillamente la definimos con aquello de “eres un animal”, ya les gustaría a algunos y algunas.

Pero volvamos al perro y el gato. Me gusta observar a Sabina, la perra medio podenca (hija de Nela) que me acompaña, y descubro que la cosa no es tan sencilla como “llevarse mal”, hay muchos matices según varíen las circunstancias. El amigo perro cuándo se encuentra con un gato se acerca con tiento, acecha, y el amigo gato se queda inmóvil, tenso, sin perder ni una décima de segundo el ojo de los posibles movimientos del perro. Ambos se quedan como petrificados, pendientes del movimiento del otro, diríase que, en su instinto, carecen de voluntad propia, no deciden cuál ha de ser su paso siguiente, durante un momento que parece eterno para cualquier racional observador, solo harán algún movimiento si el otro lo hace.

Normalmente es el amigo gato el que toma la iniciativa cuándo ya no soporta más la tensión creada y elige entre huir corriendo todo lo deprisa que puede, normalmente aprovechando algún mínimo despiste en la mirada del amigo perro, o mostrar su más agresiva postura, juntando sus patas delanteras con las traseras quedándose así en una figura extrañamente corva, triplicando el volumen de su pelaje poniéndolo de punta y emitiendo un gemido de aparente ataque que sale de una dentada boca que forma parte de una cara feroz digna de un felino enfadado. Nunca ataca el gato, sólo desarrolla su protocolo de defensa.

Tras cualquiera de las dos alternativas del comportamiento gatuno, es el perro el que no puede ahora decepcionar a su especie. Sus genes se lo tienen explicado bien clarito desde que nació. Ni puede quedarse quieto si el gato huye ni tampoco está obligado a un enfrentamiento radical si su contrincante se pone agresivo. Por eso no hace ninguna de esas cosas, sino la que tiene que hacer, la que le corresponde. En el caso de que el gato salga corriendo hay que salir inmediatamente detrás de él, corriendo y ladrando. Nunca el perro alcanza al gato, el felino es más ágil y siempre encuentra por dónde escapar: una grieta en el muro, un árbol, un rincón suficientemente oscuro. Pero da igual, la opción de alcanzar al gato no es exigible para el perro, ha conseguido asustarle bien y con eso ya basta. Si la opción del gato es la defensa activa, al irracional perro nada le obliga al enfrentamiento, como mucho responder también con un gesto agresivo en su cara y unos adecuados ladridos, pero tampoco habrá grandes reproches si su decisión es dar un paso atrás, relajarse y buscar a su amo o su ama para continuar un placentero paseo. Esto es lo que hace Sabina. Es lista Sabina, tiene una magnífica inteligencia irracional.

Nos gusta verlo porque sabemos que al final no habrá confrontación cuerpo a cuerpo. Jamás asumiríamos esa seguridad si se tratara de seres racionales que confrontan para defender cada uno su posición.

Al final de la repetida confrontación en el ambiente queda un olor a batalla, a sudor y noradrenalina, nosotros apenas lo apreciamos, pero ellos seguro que sí. Pero como no conozco la  reacción de los irracionales, más allá de lo observado, no está claro si ese olor pastoso a sudor y hormonas medulares esparcido en el ambiente servirá para que otro amigo gato y otro amigo perro, si se encuentran allí, prefieran largarse lejos para no repetir o, por el contrario, les animará a tener ellos también otra gesticular y protocolaria pelea.

Esto es el mundo animal, ¿comparaciones con el mundo de la inteligencia?. Quien quiera sacar trascendentales conclusiones, ¡allá él o ella!.




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