viernes, 4 de mayo de 2018

Rosa y su hijo: la decisión final.


Ricardo G-Aranda Rojas (@rgarciaaranda)

Yo no creo que se puedan aplicar valores absolutos a cuestiones que dependan de la voluntad y decisión racional de las personas. El desarrollo de la vida humana tiene mucho que ver con las matemáticas, pero no son matemáticas. Y aunque lo fuese, aún en la ciencia hay muchos valores que de ninguna manera son indiscutibles y siempre iguales. Como en la propia vida humana, en la ciencia también muchos resultados dependen de variables con frecuencia impredecibles y distintas según la interferencia del resto de ellas.

La decisión sobre la muerte o la vida no puede ser un valor absoluto ajeno a las circunstancias y a la voluntad racionalmente fundamentada de quien ha de organizarse esa vida y su final, si le corresponde, si es suya. Está bien que acordemos reglas que hemos de intentar cumplir, pero en cualquier reglamentación debe dejarse un espacio para lo no regulable, lo distinto, las circunstancias no previstas. Somos humanos para la vida. Aceptemos que también lo somos para la muerte. Asumamos que la vida no es un valor absoluto que, en todos los casos, sea mejor que la muerte. Y asumamos pues, como consecuencia, que un ser humano capacitado tenga que tener la libertad necesaria para elegir lo mejor para él y para quienes le rodean sobre este personal asunto. Si es una decisión racionalmente fundamentada y tomada, debiera ser una decisión inteligentemente respetada.

Ilustración de Cecilia Romero
En “Pesadilla en Zocodover y otros relatos” hay una historia sobre una madre, Rosa y su hijo, y ambos tienen que tomar una decisión vital. El lector va a conocer todas las circunstancias y seguro terminará haciendo de juez ante la bondad o maldad de la decisión a tomar. Pero dará igual, Rosa ya la ha tomado, porque era suya y de su hijo. Y de nadie más.

Sale mi libro con este relato en época de debate sobre la eutanasia y la capacidad de decidir a cerca del final de la vida en unas circunstancias bien tasadas. No es casualidad, porque este debate, más o menos expuesto, ha existido siempre. La posibilidad de ayudar a morir a quien razonablemente ya no tiene las condiciones mínimas para vivir, es una polémica que ha existido siempre.

Pero en mi relato se complica algo más, los personajes no tienen enfermedades terminales. Son personajes que dan un paso más en este debate: la posibilidad de que la vida haya llegado a su límite sin necesidad de que exista una enfermedad terminal, que parece justificaría mejor la decisión del punto final.

Hay que leer esta historia y defender cada uno, cada una, faltaría más, su humano punto de vista. Suerte y que no nos veamos en ello.


No hay comentarios:

Publicar un comentario