...Vuelan
estos versos en esta ciudad, elevados por la brisa que sale de los suspiros que
Alberti entregaba a su Mar.
La
tarde iba cayendo y la sensación de ingravidez también.
………….
Entrar en la Caleta,
sin prisas, contando los pequeños pasos porque no hay destino. Dejando mis
últimas y efímeras huellas en la arena. Adentrarme ya en esas cálidas aguas de
la tarde, notando como a cada paso la mar va conquistando, centímetro a
centímetro, mi desnudo cuerpo.
El Sol yéndose por el fondo,
rojo él, despidiéndose de mí, diciéndome que mañana ya no nos veremos, que esta
es ya la última despedida. El volverá a entrar eternamente por la puerta de
este mercado, pero mi persiana permanecerá bajada, ya no estaré para darle los
buenos días, ya no. Rojo el cielo, acogiendo el misterio y ocultando los
interrogantes.
Avanza el océano por mis
piernas, por mi cintura, noto que una sonrisa acude a mi rostro y hablo con Ella,
la única que puede escucharme, le digo que esto ya se acaba, que no puedo
seguir callejeando acorazándome en momentos ya imposibles, en un presente sin
planes aceptables, sin sueños. Ya lo dije en un poema: Vivir es fácil, lo difícil es soñar.
Sigo avanzando, el agua
acelera mis rebeldes pulsaciones según se eleva por mis testículos, mi vientre,
mi pecho. Paro unos minutos, asumo la concesión de unos últimos recuerdos antes
de perderlos.
Quiero recordar su sonrisa, aquella ante la que cualquier duda se
quedaba congelada y archivada en el rincón de lo inconsistente.
Quiero recordar aquel
primer momento en los coches eléctricos. Flechazo. Le costó creerlo, decía que
era más pragmática y que esas cosas no ocurrían así en la vida real. Y yo pensé
que tal vez, pero nunca tuve dudas de que me enamoré de ella en ese mismo
instante, en ese sitio, el siete de Setiembre de 1972. A partir de ahí en mi
vida solo hubo dos situaciones: con ella o sin ella. Nunca hubo una tercera
opción.
Y aquel otro de la
llamada telefónica al RACA 28 en La Coruña, con el amigo Pepe Bernal
alucinando. Estaba en una prolongada situación de “sin ella” y mi sueño se hizo
realidad de pronto, sin avisar. Ahí empezó realmente mi mejor vida…
Nuevos pasos, cortos,
lentos, pero decididos. El agua por la garganta me anima, me acerca.
Aquel sueño que siguió
día tras día, inexorable, perfecto. Solía decir que tenía miedo, que todo era
demasiado perfecto, que sentía la sensación de que la vida me tenía guardado un
fuerte revés. Tuve que acertar también en eso.
Ya la boca ha de
permanecer cerrada para evitar el sabor desagradable del agua salada.
Llegó la bicha, ese “triple negativo” que truncó todo. Cruzó
la vida con la muerte y los sueños cayeron de golpe, como el agua que trascurre
pacíficamente, suave, recreándose con sus alrededores y con su vida interna y
de pronto se vuelca en un acantilado, en un bestial salto del que es imposible
recuperarse. No hay marcha atrás para ese chorro de agua que cae a su destino
inevitable.
Su vida encontró un precipitado final y la mía una lenta angustia
que me pide a gritos la rendición absoluta, con muy pocos matices.
Mis ojos acuosos de
varias sales y humedades ya no ven la separación infinita entre el agua y el
firmamento, ya escuecen, pero no los quiero cerrar, sigo avanzando y deseo que
una última imagen de luz, de vida, se despida de la mía.
Yo también he saltado,
no hay marcha atrás
El pecho estalla, hay
que abrir la boca y dejar que las aguas del universo penetren en cascada por mis
entrañas. ¡Adiós!
……………….
Empapado todo el cuerpo
sigues sentado en esa silla de la cafetería que acogió tu cuerpo y tu mente
agotados. No puedes asumir lo que crees haber soñado, o tal vez sí. Ni siquiera
estas seguro de que haya sido un sueño. Tal vez, simplemente, hayas forzado
demasiado tu capacidad de imaginarte una historia para la libreta que sigue
estando ahí, delante de ti.
Pero son tan nítidas
las imágenes. Tú sabes que has estado allí.
Ya tienes tu historia.
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