sábado, 28 de diciembre de 2019

Desde el Atrio de Casalgordo


Ricardo GAranda (@rgarciaaranda)


Hoy, nueve de diciembre, desde ésta vacía, pero mimada, plaza de la aldea de Casalgordo. Aquí estamos mi cuaderno, mis sombras y yo.

Y es la niebla de este extraño diciembre, que me oculta la Sierra Gorda y la Media Luna de estos Montes de Toledo, la que me hace desear un poema para encontrar mi bolsa de oxígeno. Qué lejos estaría todo si midiera los metros desde la mesa de mi cueva, desde ese ordenador, cojo de letras, ciego de mundo y sordo de palabras.

Desde aquí tampoco estoy mucho más cerca hoy, desde este atrio de la iglesia  no consigo acercarme a ninguna pista que me permita entender qué es lo que sucede, qué nos pasa. ¿en qué momento empezamos a perder todo? Si al menos esta niebla levantara podría yo ver que es lo que hay más allá de esta aldea, y así asumir el conocimiento de estas distancias mías.

Vuelve hoy la poesía a ser mi viejo enlace con la vida. Pero ahora tengo ventaja, la poesía mía tiene un apoyo extraordinario en esta aldea, en esta plaza, que no siempre estuvo vacía de gritos, alegrías y cantos infantiles. 
Ahora puedo sentir que cualquier día pierdo definitivamente mis lazos y me quedo aquí colgado, en el espacio del sueño intolerante con la vida. Es lo que tenemos los poetas, que en cualquier momento nos inventamos un espacio, aunque de nada nos sirva, aunque sea mentira. El espacio, que no la poesía.


Y quiero escribir un poema, y lo escribo, y el amor vuelve a cogerme del brazo y me sujeta, y me sujeto. Está muy bien el amor a este lado de la niebla.

Mis amigos y mis amigas del Revuelo saben que hoy, nueve de diciembre yo voy a escribir un poema que habla del amor y del infierno, pero precisamente hoy, sin pretender ser ingrato con ese amor que me agarra y me impide caer en el abismo, mi poesía marcha por otros lugares, por guerras y por mares, por vidas desesperadas y por muertes tan crueles como innecesarias.

Tenía una deuda desde que la vida me bloqueó el camino que habíamos previsto. Con algunos años de retraso, hace unos días, en el pasado otoño, salieron al fin de mi garganta y de gargantas amigas estos impotentes gritos de FOREIGN, y hoy, sentado en el atrio de la iglesia de Casalgordo, comprobando como el sol al final venció a  la niebla y viendo, ahora sí, los humildes pero agradables montes que separan los dominios del Tajo de los del Guadiana, vengo a recordar uno de aquellos poemas que hace más de cuatro años anoté sobre un papel allá, en mi otro rincón, en la otra Vega.


Si solo fuera hambre

Si solo fuera hambre,
pero es miedo lo que traen.
Miedo a la vida que les huye,
miedo a la muerte que les sigue.

Si solo fuera hambre,
pero es muerte y miedo
lo que traen en suerte.
Quién paga la miseria cautiva,
cual es el precio del hambre,
del miedo, de la muerte.
Pan, abrazo, vida.

Nadie paga la moneda.
La valla y la jaula
son la respuesta vacía
al ahorro de estos tiempos
de cortas veredas,
vidas cortas y baldías
que no suman las cuentas.

Hijos ya torcidos tras los vientos
del horror en las raíces
de su vital aventura,
hijos ya humillados
por la furia del hombre
y ese odio
del que ya esos niños saben.

Si solo fuera hambre,
pero es miedo de sangre lo que traen.



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