viernes, 21 de abril de 2023

Los Enamoramientos.

Ricardo GAranda, 210423

Como dice Díaz-Varela, el protagonista masculino de “Los Enamoramientos”, de Javier Marías, esto es una novela, lo importante no es la realidad de lo que ocurre, al fin y al cabo, es ficción, lo realmente trascendente es todo lo demás, los comportamientos de los personajes, sus reflexiones, sus posibles límites, porque eso sí que puede existir en la realidad.

Por eso esta historia mantiene dos posibles finales, el lector o la lectora puede elegir cuál de ellos le parece más creíble, porque el autor no tiene excesivo interés en decidirlo, de hecho, la protagonista femenina y narradora, María Dolz, aun estando muy interesada en conocer la verdad, se queda con todas las dudas sobre qué historia, de las expuestas, pudiera servir como verdadera.

Es un experto Javier Marías en jugar con las dualidades, a esa de la doble historia, habría que añadir el desarrollo del dualismo de los tiempos: “ese es el error…el de creer que el presente es para siempre, que lo que hay en cada instante es definitivo…” Lo que ahora es un verdadero drama, un acontecimiento “imposible” de superar, en el futuro podrá ser un simple dato informativo, aunque seguirá existiendo en nuestra memoria “Si, todo se atenúa, pero también es cierto que nada desaparece ni se va nunca del todo”

Y otro dualismo más, y este más trascendente: El molesto regreso de los muertos, el deseo secreto de que se vayan (“Sería una solución fácil y un enorme alivio”), no solo desde la perspectiva del vivo, sino también desde la de quien ha de irse sin poder reclamar su derecho a quedarse en la vida: “¿Cómo va a tenerse derecho a lo que uno no ha construido ni se ha ganado?

Desde ninguna perspectiva es compatible con la vida, para el autor (según lo expresan sus personajes), la posibilidad de su permanencia o vuelta. Y se entiende en este concepto de “vuelta” de Javier Marías, tanto la, aparentemente real, del Corornel Chabert, del ejército napoleónico, dado por muerto en el campo de batalla y que reaparece años después reclamando a su esposa, ya casada con otro, y a su fortuna. O la de Anne de Breuil, colgada de un árbol por su justiciero esposo, el ahora Mosquetero, y que reaparece detrás de sus malas artes, como reapariciones meramente espirituales de quienes no se terminan de ir de la mente y de la vida de sus seres queridos, impidiéndoles así el desarrollo de una nueva y fructífera vida, como Díaz-Valera desea para Luisa, junto a él. “…los muertos…hacen mal en regresar los que pueden. No podía Deverne, y más le valía.”

Otro aspecto que el autor desarrolla en esta magnífica novela, es la importancia del comportamiento delincuencial del individuo, en todos los sitios, en todos los tiempos. Las guerras son horribles, pero quienes participan directamente en el campo de batalla no deciden el horror, no necesitan tener, necesariamente, sentimientos de odio o de ambición. En la delincuencia civil sí: odio, rencor, ambición. Y es constante, cotidiano, mientras que las guerras, por muchas que haya, son circunstanciales y acotadas en el tiempo: “Lo peor es que tantos individuos dispares de cualquier época y país, cada uno por su cuenta y riesgo, separados unos de otros por kilómetros y años, incluso siglos, cada uno con sus pensamientos y fines particulares, coincidan en tomar las mismas medidas de robo, estafa, asesinato o traición contra sus amigos, sus compañeros, sus hermanos, sus padres, sus hijos, sus maridos, sus mujeres o amantes de los que ya se quieren deshacer. Contra aquellos a los que probablemente más quisieron alguna vez…”

Javier Marías nos cuenta la historia desde el silencio. La protagonista nos narra continuamente sus pensamientos, interesante es la reflexión sobre las contradicciones de lo que siente por Javier después de tener la información que posee: “la corrección de los sentimientos es lenta, desesperadamente gradual”. Pero no solo nos cuenta sus pensamientos, sino que especula y nos narra los de los demás personajes. Llega al extremo de desarrollar conversaciones enteras con carga de profundidad entre los demás protagonistas aún sin conocerlos y arriesgando el error más clamoroso. Un riesgo puramente literario, porque, como casi siempre, la narración la realiza el propio autor, que elige, para sustituirle, al personaje que más le interesa, el más aséptico aparentemente, el que menos se juega.

Gran novela que el madrileño Javier Marías nos ofreció en 2011 y que yo he tenido ahora el placer de disfrutar. Muy recomendable, aunque aconsejo que su lectura se acometa desde la tranquilidad, porque es ahí dónde está la esencia de sus personajes. El autor nos cuenta una historia relativamente sencilla y la arropa con gran variedad de reflexiones humanas, sobre la muerte, sobre el derecho a la vida, sobre la maldad del ser humano, sobre la importancia de la verdad y su valoración ante la intervención del tiempo…Reflexiones del autor para hacernos pensar a quienes accedemos a ellas.

 


 

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