viernes, 13 de julio de 2018

El Libro con Botas

Ricardo G-Aranda (@rgarciaaranda)


Salí de esa loca imprenta de Sevilla y me llevaron a Toledo, dónde me esperaban con deseo.
Me abrieron, me tocaron como si de carne fuera. Sentí un enorme cariño y respeto en las manos de mi creador que me llevó con Proust a Barcelona, a la fiesta de la rosa y el libro. Mis relatos y mis poemas se iniciaban en el trasiego feriante de hacer kilómetros.

Comenzaba así interfiriendo al azar en los ordenados sueños de personas, entraba en las vidas paralelas de quienes buscan en las páginas de un libro como yo una alternativa aceptable a la solución marcada de sus vidas cotidianas.

Ya fui con esa corta pero importante experiencia a Alcalá de Henares, a convivir con otras historias en  la constitución de las Vías Literarias de los Barrios de Letras, y a venderme en un “stand” de su feria del libro. Y digo “stand” y no quiosco o caseta porque la librería se llamaba Notting Hill, que para una ciudad tan decididamente cervantina como la Complutense, ya  les vale. Entra en línea esta anécdota con la ignorancia de las camareras de un hotel céntrico sobre la existencia de bodegas en La Mancha. Las únicas pegas en una ciudad realmente bonita y cuidada.

Me presentaron después en Casabas, a los amigos. Y en el Acrópolis y la Vinatería, lugares en los que disfrutamos con mi relato “Tango y Magnolia”. Yo no acababa de entenderlo, siempre creí que mi destino era esperar en los estantes de una librería a que alguien se interesara por mí y, por el contrario, ahí me tienes, viajando de acá para allá y siendo el centro de atención de lugares y momentos de ocio, de gastronomía y buenos vinos. Todo esto está siendo algo raro.

Mi momento triunfal  fue en Toledo, en su anual feria, en la Plaza que me da nombre, la de la Pesadilla. Cuatro días de Mayo estuve allí. Primero me presentaron y después me fueron recibiendo amablemente en los quioscos de distintas librerías: Un día en Madriguera de Papel, otro en Hojablanca y, por último, entre la lluvia que tan generosa se ha mostrado esta primavera, en Taiga. Estuvo bien aquello, por momentos me sentía querido.

En Pinto conocí a gente nueva, la de Escritores y Lectores. Esto estuvo bien, pero fue casi lo único, porque apenas nadie se interesó por mí y los elementos enfadados mandaron contra nosotros sus vientos y a punto estuvimos de salir volando. Fue gracioso ver cómo los humanos sujetaban con fuerza los mástiles de las carpas para que los dioses bostezando su aburrimiento no se las llevaran a su antojo.
 
Más tranquilamente me convertí en el centro de conversación de un interesante grupo de lectura de Cobisa, después en el de algunas emisoras de radio, en Getafe, Sonseca y el casi exotérico 11:11 de Leganés. Mis misterios por las ondas, así no hay forma de guardar secretos.
J. Fersán, desde SabesLeer, me llevó en Leganés a la Casa de Extremadura. Con poco ruido, cierto. Parece que la gente estaba en otros sitios.

De la mano de Escritores y Lectores un viaje más, esta vez a Córdoba. Esa magnífica ciudad que mi autor no había visitado desde su anterior vida. Allí al fondo me tuvieron con José Luis, de Suseya, con el que, en un gesto de adopción amable,  también iría a Ávila días después. En Córdoba no hicieron más que hablar y hablar estos humanos y yo me aburrí soberanamente en medio del montón de mis congéneres.

Lo de Cuéllar fue distinto, Adolfo por un lado y Vanesa por otro me invitaron y pude conocer a Lorena, de Leibros y a Pilar, de la librería Carbajo. Bien temprano, mi autor se iba a dar largas caminatas a las Hoces del Duratón, desde Sebúlcor, que era dónde iba mientras a mí me dejaba encerrado en la coqueta caseta de madera de aquel parque de Cuéllar. Ya el día lo pasábamos juntos hasta que se volvía a escapar para disfrutar de las magníficas carnes de la zona.

Y así hemos llegado a este mes de Julio y nos hemos ido al Mar. Exactamente a Los Alcázares. Allí tuvieron también su  sesión de endogámicos debates, pero en un sitio precioso, el patio del Balneario de La Encarnación. Y, al día siguiente, en el paseo marítimo de aquel tranquilo mar, unas horas de lo que a mi realmente me gusta: ofreciendome a la gente, que me toquen, que me abran, que me lean y, si es posible, que me lleven a sus casas. Fuimos con Lusa y Ediciones Proust a este rincón de Murcia, y allí volvimos a conocer a buena gente:  A un viejo amigo de  mi autor, Moncho , que hacía ya cuarenta años que no veía, desde la época de los estudios de Periodismo, y a su compañera Milagros, también fabricadora de sueños consagrada. Y a Emilio, el gran organizador, y a Pilar, y a Lydia, y más y más y más….

Mucha gente buena hemos conocido mi autor y yo durante estos tres meses.  Y desde que salí de esa imprenta de Sevilla he conseguido llegar a un par de centenares de casas que antes no me conocían. En muchas de ellas ni siquiera conocían a mi autor. Y la idea es seguir, quiero conocer a más lectores y más lectoras, quiero ir a sus casas y para ello me tengo que seguir presentando: En Toledo, en su Biblioteca Regional, en el Teatro Echegaray de Sonseca, en Madrid y en algunos otros sitios más, ya os lo iré contando.

Con el permiso, claro está, de mi autor.


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