viernes, 18 de diciembre de 2015

Algunos hombres decentes

Ricardo Garanda Rojas
Vamos al diccionario para apoyar la obviedad:

Indecente: Que no es decente.
Decente: Honesto, justo, digno.
Estúpido: Necio, torpe, falto de inteligencia.


A ver si me explico bien. Si yo entendiera que un gobernante no es honesto porque defiende continuamente por acción u omisión a personas jurídicamente implicadas por robar dinero público. Si además valorara que ese gobernante es muy injusto porque las políticas económicas, sociales y de empleo que está poniendo en práctica suponen una mayor desigualdad, castigando a los más débiles. Y concluyera con mi apreciación de que ese gobernante ha sido suficientemente indigno del cargo que ocupa por todo lo dicho anteriormente y por no haber sido capaz de dar la cara en público en los momentos más complicados. Entonces, el diccionario me autorizaría plenamente para utilizar ese adjetivo: Indecente.
Y, como consecuencia, estaría en perfectas condiciones de llamar necio, torpe y falto de inteligencia, o sea, estúpido o estúpida a todo aquel o aquella que no haya comprendido la acertada oportunidad de la utilización del citado adjetivo.





Probablemente la mayor parte de las personas que deciden dedicarse a la política, es decir a la gestión de lo público, lo hace con una clara intención de ser honesto, justo y digno, y seguro que unos cuantos lo consiguen. Ellos y ellas son quienes debieran gobernar, los demás que reconozcan su humano fracaso y se vuelvan a su casa, a su trabajo anterior. Así, sin más, reconociendo su falta de cualificación y sin obligarnos encima a soportar sus gemidos victimarios. En la inmensa mayoría de los países de nuestro entorno así sucede, quien la picia se va, por pequeño que parezca el tropezón.

No soy nada optimista  con respecto a que esto evolucione al ritmo deseable, pero mientras haya elecciones hay esperanzas y este domingo hay un buen cambio de nombres para los asientos del Parlamento, tal vez avancemos algo, tal vez se vaya produciendo un cambio de cultura, no sólo entre los representantes elegidos, sino también en las exigencias de los representados.

Los nuevos conservadores tendrán que ir sustituyendo a estos actuales, que mantienen cierta obsesión por defender impoluta su particular, familiar y gremial historia porque son  herederos de un muy viejo régimen y conservan prácticas aprendidas en él.
Los nuevos socialdemócratas, que aún no han decidido que lo son, vienen a sustituir a estos otros del impulso del Estado del Bienestar (ese lujo que no nos podíamos permitir) y de la creación europea, ahora en tan dudosa situación.
La Izquierda ideológica no vendrá a sustituir a nadie, más bien tendrá que sufrir la confirmación de que un mundo en crisis hunde a la clase trabajadora en un terreno tremendamente manipulable por los grandes poderes, especialmente a través de los medios de comunicación social, incluidas las redes sociales, en las que la ideología de izquierdas luce en muy pequeñitas dosis, ni siquiera entre quienes creen defenderla.
Tampoco sustituirán a nadie los abstencionistas porque aún no tienen suficiente éxito, pero ellos son la esencia, en unos casos, y el instrumento siempre, de los verdaderos antisistema. Quien quiere destruir pacíficamente un sistema con estructura democrática ha de conseguir que la gente no participe en él.

La decencia en los gobernantes es algo que la sociedad debiera defender día a día, sin embargo, con demasiada frecuencia se ha apoyado y votado a personajes cuya falta de honestidad era y es evidente, por eso se escandalizan cuándo alguien acusa en voz alta, hay demasiada gente que de alguna manera se intuye cómplice de la indecencia.

Esto tiene que cambiar, da igual la antigüedad de los gobernantes, pero esto tiene que cambiar y lo tienen que conseguir las mujeres y los hombres decentes.

Ricardo Garanda Rojas 


(@rgarciaaranda)



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