viernes, 18 de agosto de 2017

Ramblas, ¡ay mis Ramblas!

 Ricardo Garanda Rojas (@rgarciaaranda)


Perdónenme los barceloneses por situar un adjetivo posesivo ante un lugar que evidentemente no me pertenece, pero es que en ese lugar hay muchos mundos, muchas vivencias de muchas gentes, también algunas mías. Matar en las Ramblas es matar en un centro de reunión, en un lugar de comunión internacional.

Estuve en Barcelona el día de Sant Jordi último, en la Feria del Libro, y recuerdo que pensé que allí el problema para comunicarse no era hacerlo en Español o en Catalán, eran necesarios conocer muchos idiomas si quisiera hablar con cada uno y cada una en el que les corresponde. Lenguas variadas que ayer confluyeron en un único grito de horror.


Por supuesto que lloro con esas familias y con esos grupos de amistades, y con los barceloneses todos. Lloro con cualquiera de cualquier parte del mundo que se emocione mínimamente ante estos hechos.  Pero no es tanto por el número de fallecidos o de heridos, he leído que el año pasado en España murieron más de seiscientas personas en accidentes laborales y no impacta tanto.

Lloro porque para realizar un acto terrorista lo primero es minimizar al máximo la esencia de cualquier persona. Nadie vale nada. Se mata por una patria o por una religión, el individuo no importa, la vida de las personas no tiene ni el más mínimo valor, ni siquiera las suyas. Dirige un bien o un ser supremo, el hombre no decide nada, a los ojos de los terroristas la libertad está muerta, para ellos y para los asesinados.
Y eso es lo verdaderamente terrorífico, esa capacidad del ser humano para devaluarse tan profundamente y convertirse en el peor de los animales,  destruyendo porque una orden superior así se lo impone.   


Y nosotros facilitamos su misión con nuestros mensajes, ante ellos  justificamos sus atrocidades cuándo expresamos, a su vez, nuestro odio a sus personas, a sus dioses, a sus modos de vida. Y luego encima declaramos públicamente que esto es una guerra. Ahí, en su terreno. Si aceptamos que es una guerra, ¿no tendríamos que asumir que hay dos bandos y que cualquiera de los dos tiene tanto derecho a atacar como a defenderse?  ¡Qué sabios somos!. ¡Qué incongruentes diría yo!.
Hemos de tratarlos como delincuentes asesinos, y nuestros únicos instrumentos han de ser los policiacos y los judiciales. Cualquier valentonada de “echarlos de España”, de “ir a por ellos” o generalizaciones tan inhumanas como injustas de “moros fuera”, o “extranjeros fuera”, nos pone en un nivel de reivindicación parecido al de ellos. Con el odio xenófobo a su religión les autorizamos implícitamente a que ellos odien a la de cada uno.

Por eso al grito de “No tinc por” introducirle un matiz: no tengo miedo al terrorista, tengo miedo al hombre.

Ramblas, ¡ay mis Ramblas!, estoy deseando volver a pisar tu suelo, oír esos sonidos babelianos y tomarme un Martini como sólo allí saben.



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