Ricardo GAranda 050422
Hacía tiempo que no me emocionaba con la lectura de una novela, gracias, Carmen Manzaneque.
Irene templa su historia
(con mucho de la autora) desde la ventana de la buhardilla de una casa ubicada
en un pueblo con molinos manchegos, durante la postguerra española. Desde allí
pretende ver a su padre, buscándose la vida en Alemania, y desde allí escucha
los violines que adornaran las ficciones de su cabeza. Pero no es la historia de Irene, ella solo es
una espectadora que llega a intervenir para mejorarla.
Irene llega a la parte
final, avanzada la segunda parte del siglo pasado y desde ahí nos va contando
lo que sucede a su alrededor, pero la gran historia tiene sus orígenes mucho
más atrás, antes y durante la guerra civil española, antes, durante y después
de la segunda gran guerra.
La protagonista de la
historia principal es Fabiola: Amor, decepción, dolor. Nuevo amor, guerra,
distancia, reencuentro final: Y otras historias secundarias, como la de Sofía,
con todo menos el reencuentro, o con solo el final feliz con el que la autora
premia a Irene.
La autora acude a viejos
cócteles: amor y compromiso y, el fundamental, amor y barricadas. La Guerra que
cruza las vidas y las descoloca con el dolor, la distancia, la injusticia…“El odio no me da miedo...me da pena. Me produce tanto dolor…” Aunque las vidas de sus personajes pasan por
la historia, no nos la cuenta, simplemente pasa por ella, con las
sensibilidades de cada uno y cada una en sus relaciones y sus dolores
personales.
Es una magnífica novela
romántica, con casi todos los personajes que viven unas historias románticas
desde el principio al fin, excepto el gran contrapunto, Matilde, la tía
soltera, empeñada en que todos tengan “los pies en la tierra” como ella. Es la
que pone la casa, el dinero, y no acepta tonterías.
“El Horizonte desde el
Tejado” es la última novela de Carmen Manzaneque, a la que yo ya conocía por su
poesía. En los últimos tiempos hemos coincidido en respectivos recitales, uno en Madridejos (enhorabuena a las organizadoras) y otro, más reciente, que organizó la ONCE en su
local de Toledo y el que estuvimos de acuerdo (más gente lo estaba) en que se nota
mucho cuando quien escribe historias tiene la sensibilidad de poeta: “… siempre decía que no había que dejar morir
los sueños, que un sueño vivo era un sueño alcanzable”.
Por ponerle una única
pega diría que la novela debería terminar cuando la historia de Fabiola acaba.
Tal vez lo que aún colea se podría haber resuelto, si acaso, con un epílogo,
pero ya no con nuevos capítulos.
Me ha enganchado esta
novela, llegado a la mitad es muy difícil dejarla para el día siguiente. La
recomiendo.