Mañana sábado es el día de reflexión, pero yo me voy a adelantar y empezar a hacerlo hoy Viernes. En las últimas 24 horas, en muchos sitios, se han mojado bien los carteles pegados durante estos días. Desde luego en Casabas ha caído bien de agua, y así se reflexiona un poco mejor, se relajan las meninges, un poco atascadas por la sequedad del estrés cotidiano.
En los momentos electorales unos rinden cuentas de lo gestionado y otros recriminan aquellas cuestiones que no se hicieron. Pero cuantas cosas avanzan cuando hay elecciones: se cumplen, con carácter de urgencia, viejos compromisos; se aceleran arreglos de infraestructuras y se prometen y comprometen cuestiones que, mayoritariamente, se pondrán en marcha cuando se acerquen las próximas.
Pero a mí me gusta esto
de obligarnos a reflexionar un día. Este año van a ser dos, no sé yo si no
serán dos días al año un exceso para reflexionar. De momento, a ver si puedo
aprovechar este que ahora me plantea la ley electoral, cumpliendo así con mi
obligación de reflexivo ciudadano.
Y quiero hacerlo sobre el
colectivo que deberíamos considerar ”el corazón” de la democracia, al menos de
los procesos electorales. Tal vez suene un poco pedante esta metáfora
biológica. Está bien, cambiemos “corazón” por “esencia”.
En cualquier caso, me
estoy refiriendo a las candidatas y a los candidatos que cada cuatro años y en
distintos ámbitos, conforman las listas electorales.
Ya intuimos que siempre
hay quienes se presentan persiguiendo intereses personales. Muy poquitos, creo
yo, y menos en las elecciones locales. Seguramente habrá muchos y muchas más
que lo hagan empujados por el ánimo de ser protagonistas, pero a mí esto no me
parece en absoluto reprochable. Fijémonos en lo que supone fijar sus momentos
de gloria en un acto mediante el cual se compromete a preocuparse de los
problemas de los demás y, en un claro esfuerzo solidario y empático, tratar de
ayudar a resolverlos. Con lo fácil que sería pasar ¿verdad?
Pero es que, además, hay
un enorme colectivo que ni por presumir siquiera, sólo les empuja el deseo de
estar ahí para defender sus ideas y reforzar con ellas la necesaria columna
vertebral que un sistema democrático necesita para no desfallecer, para que las
instituciones no sean el cortijo de unos cuantos indeseables que solo
pretendieran aprovecharse.
Creo que hay que
admirarles y aplaudirles y hacerles un monumento. Sin estatuas ni ningún otro
símbolo visible, pero sí una clara imagen de respeto y de agradecimientos en
nuestras consciencias.
Miles y miles de
candidatos y candidatas, en las listas estatales para el Parlamento Europeo, en
las provinciales para las generales y autonómicas, en las locales de los más de
ocho mil municipios de este País. En un cálculo muy aproximado, habrá en torno
a trescientos setenta mil, entre candidatos y candidatas en estas elecciones
del 28 de Mayo. Pequeños héroes y heroínas que posibilitan que nuestro sistema
democrático siga adelante y que dejan en una cifra absolutamente despreciable a
aquellos personajillos que pudieran pretender utilizar nuestro sistema
democrático y socialmente solidario en provecho propio.
Aunque solo fuera por
esto, por la admiración y el respeto que se merecen, desde los y las cabezas de
lista, hasta el último o la última reserva de cada candidatura, me parece que
ir a votar se convierte en una obligación moral para cada una y cada uno de
nosotros.
¡Ale!, ya he reflexionado.