Ricardo GAranda. 30-03-24
En algún sitio leí un cartel que
decía “si no crees, guarda silencio y respeta” y pensé que era una forma muy
rara de pedir respeto, esta de mandar callar. Pero es igual, los dioses no se
ofenderán con lo que yo pueda decir hoy. Y si se ofenden se les pasará pronto,
tienen frágil memoria. Yo diría que padecen de Alzheimer. Y si no es exacto,
pensemos en ello como una clara y divina metáfora del olvido. Nos tienen
olvidados.
Por ello, tal vez ni me oigan, ni
me escuchen. Miserias, violencias de todo tipo, guerras, agresiones a mujeres,
a niños. Hombres y mujeres que desean acabar con sus vidas ¿Dónde carajo están
los dioses? ¿Es que no les interesa lo que aquí ocurre?
Podían abandonar ya sus paraísos de
silencio y venir aquí, a la Tierra, a rozarnos y limpiar nuestras lágrimas,
cerrar nuestras heridas, escuchar nuestros lamentos. Podían pasarse por las
miserias de los barrios de chabolas, sin calefacción ni carne; por las ciudades
destruidas por guerras y sunamis, por los rincones de mujeres violadas, por los
antros de drogas de adolescentes. Podían subir a las alambradas y mellar las
cuchillas manchadas de sangre, navegar en los mares donde están los niños y
niñas que se llenaron de agua y ya no van a jugar. Al menos podían pasearse por
las calles de las ciudades y preguntar a los sin techo dónde quedaron los
suyos. Aunque fuera en silencio, escuchar sus historias de abandono, de
ruptura, de huida. Y controlar los cuchillos suicidas de gente hundida.
No van a venir los dioses, no. Yo
creo que ya no saben ni quienes somos ni el por qué estamos aquí. Tal vez estén
hartos de nosotros, tal vez se les acabó su paciencia y ya no nos comprenden. Tal
vez ya no soporten que nos comportemos como verdaderas mulas y luego nos
escudemos en ellos: ¡lo que dios quiera! ¡lo que los dioses quieran!, ¿lo que
los dioses quieran? Hay que ser ciertamente cenutrios para no darnos cuenta de
que todo depende de nosotros mismos, somos los padres de la bondad y los
creadores de la maldad. Los dioses, antes de olvidarse de nosotros, nos dieron
las claves para la belleza, pero qué poco las usamos.
Somos los creadores de la maldad y
nos encanta experimentar continuamente para nuestro gozo y presunción. Pero es
lo que hay y, con frecuencia, nos hacemos a ello. No aceptamos nuestros
comportamientos, pero los soportamos. Con frecuencia en silencio: calla, no
critiques, no juzgues. Somos esclavos de nuestras palabras, dicen, como si
nuestro silencio cómplice no nos esclavizara.
También somos los padres de la
bondad y qué difícil nos resulta mimarla, exhibirla, mostrarla, enseñársela a
los aprendices de buenos. De este conocimiento sí que debiéramos presumir.
Hasta en el amor somos egoístas,
posesivos. Pero es nuestro gran momento. El amor nos salva un poco, nos
reconcilia con nosotros mismos, eleva nuestra estima. Ay, si pudiéramos amar
siempre a alguien. Pero nuestras paredes no soportan tantas atmósferas y se van
resquebrajando, cuando no revientan bruscamente con la violencia machista del
asesino de cuerpos, del asesino de amores.
No son los dioses, no. Somos
nosotros, incapaces de entender el sueño del generoso amor, del imprescindible
respeto.
Los dioses tal vez padezcan de
Alzheimer, pero da igual, porque no son los dioses, no. Somos nosotros.