Ricardo Garanda Rojas (@rgarciaaranda)
La “Modernidad Líquida” de Bauman, en la que todo lo que hacemos y pensamos está impregnado por la esencia de la temporalidad, la provisionalidad, todo lo sólido “se liqua”.
Y
en nuestra ansia por el cambio, se impone la radicalidad con respecto a lo
existente. Nada vale, hay que cambiarlo todo, no sabemos muy bien por qué cosa
hay que cambiarlo, pero sabemos que hay que hacerlo. Y no es que lo ignoremos
por falta de conocimiento o de capacidad para saberlo, sino porque no tenemos
suficiente tiempo para desarrollar nuestros conocimientos. Hay que destruir lo
existente por obsoleto y luego ya se verá. Sería excesivamente lento separar lo
que funciona y lo que no, e incluso, en éste segundo caso, valorar qué es lo que
se puede corregir para que funcione. Cancelamos todo lo que nos ha llevado
a una situación no aceptable, y planteamos nuevas bases que nos pinte el mundo
(el real y el espiritual) de magníficos colores brillantes que adornen nuestra
eterna felicidad (social y personal).
Los
problemas comienzan a surgir cuándo descubrimos que la abolición impulsiva de
las certezas nos sitúa ante perspectivas dudosas, escurridizas, muy inconcretas
y difíciles, por tanto, de establecer en la práctica con los necesarios criterios
de viabilidad.
De
éstas maneras, en el globalizado mundo actual nos encontramos en medio de un
extraño experimento: Tanto las fuertes presiones ejercidas por los
controladores del Gran Sistema a través de su arma históricamente preferida, la
crisis económica, como el espacio creado por la reacción de confrontación
social, organizada en algunos casos en opciones electorales que permitan llegar
a los centros de decisiones políticas, deshilachadas en otros muchos casos,
provocan un espacio-tiempo en el que pocas cosas son realmente predecibles, la
abolición de las certezas es lo que lleva, empezamos a no estar seguros de nada
y por tanto nos faltan las más importantes bases para proyectar un futuro.
Yo
no sé si esta situación de brusco recambio más que de evolutivo cambio es lo
mejor que puede ocurrir. Ni yo ni nadie lo puede saber precisamente por eso,
porque estos tiempos tienen la esencia de la imprevisibilidad y por tanto es
del todo imposible tratar de imaginar la bondad o la maldad del futuro que, por
otra parte, ya ha comenzado.
Hay
fuerzas de pensamiento y acción que reprochan el pasado y renuncian a él, desean
modificar profundamente el presente, pero quieren, al mismo tiempo tener
garantizado el futuro. Y yo no sé si esto es posible o no, porque yo diría que ningún
futuro es previsible sin cimientos más o menos sólidos.
Parece
obvio que las presiones de las fuerzas del poder económico internacional, a
través de sus instrumentos gubernamentales, necesitan una reacción de los
representantes de sus víctimas. Reacción que sería deseable tuviera éxito si
por tal comprendemos que es garantizar ese futuro que ahora nadie garantiza.
Por
último, siempre he defendido la utilidad de las redes sociales como magnífico
medio de comunicación, pero no puedo pensar en estas redes sociales como
sustitutivo revolucionario en el protagonismo de los necesarios cambios
sociales. Necesitamos instrumentos más sólidos, y profundización en nuestros
proyectos.
En
las redes las ideas duran una semana, y para cambiar el mundo necesitamos algo
más de tiempo.
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