LA COLUMNA DE LOS VIERNES
SETECIENTAS
La veía pasar todos los días mientras me tomaba mi café
matutino. Ya era como una intuición, mi cabeza se levantaba instintivamente del
periódico para ver como cruzaba por delante de las cristaleras de la cafetería.
A veces, muy de vez en cuándo, ella entraba, se sentaba en
un taburete de la barra y pedía un café con leche en vaso “muy caliente”. Solo
entonces se la podía ver sin ésas enormes gafas oscuras.
Era difícil calcular cual podía ser su edad. Aún se intuían
en su rostro y movimientos rasgos juveniles, casi adolescentes, pero ese
entrecejo arrugado, situando sus pensamientos en un lugar muy distinto al que
ocupaba, y ésos ojos (que con discreción me atreví a mirar) secos, rodeados de
profundos círculos oscuros... muy oscuros, no coincidían con la idea de
juventud. Pero, hablando de los ojos, lo que me abstraía era comprobar que
miraban muy lejos, es decir, no miraban a nada, a nadie.
Y luego está lo otro. Eso por lo que muchas veces me vi
tentado de preguntarla y nunca me atreví. Nunca supe si era por miedo a que no
me quisiera contestar y me achacara intromisión o, bien por el contrario, que
me lo contara y me viera entrometido. Me refiero a sus heridas, sus moratones,
sus arañazos...
No pregunté...
Hace unos días que me incorporé al barrio después de la
retirada rural de todos los veranos y no la he vuelto a ver. Carmen, la
camarera de la cafetería me lo contó esta mañana:
¿No te has enterado?, hace algo más de una semana se llenó
la plaza de policías, entraron en su casa y la trasladaron en una ambulancia.
Solo fui capaz de abrir la boca para preguntar: ¿como se
llamaba?...
Las noticias dicen que desde 2003, año en el que el drama se
mide estadísticamente, han muerto setecientas mujeres en manos de salvajes machistas
que nunca han sabido comprender que un hombre y una mujer son dos personas
iguales, con los mismos derechos, con la misma libertad de pensamiento y de
actuación. Al menos con la misma capacidad intelectual para decir SI ó NO
cuándo considere oportuno.
Pero esto es mas grave. Además de esos 700 machistas
salvajes ¿Cuántos más tienen la misma deficiencia para no entender todo esto?.
Según estas mismas noticias, solo un 25% de las mujeres
maltratadas llega a plantear denuncia por el acoso recibido. Según me dijo
Carmen, Rebeca pertenecía a los tres cuartos restantes. Seguro que peor no le
podría haber ido.
He escrito un poema pensando en estas Setecientas Rebeca. De
momento no sé hacer otra cosa por ellas.
Setecientos lazos,
setecientas rosas.
Lazos violetas
apuntando los puntos rojos
de rosas rojas,
violentas,
de sangre.
Setecientas mujeres,
millones de manos manchadas
de rojo sangre.
Manos machas,
manos fuertes
manos arrebatadoras de vida unas,
ladronas de sueños otras,
cómplices, muchas,
que estrechan manos
asesinas de sueños y vidas.
Manos cobardes,
de siglos contempladas,
eternamente permitidas
en una eterna complacencia
de silencios,
de miradas perdidas
de acusaciones no asumidas,
de sonrisas aceptadas...
El amor no es rojo de violencia,
de muerte esclava,
de sumisiones fatales.
El amor es malva
de ayuda, de igualdad,
Y blanco de paz,
de vida.
El amor entre iguales.
Ricardo Garanda Rojas
@rgarciaaranda
N.A.- El 016 es el número de teléfono gratuito para
denunciar malos tratos. No deja rastro.
N.A. 2.- La historia contada es ficticia y por tanto también
el nombre de Rebeca. Si coincide con el de alguna víctima real pido disculpas,
es solo una coincidencia.
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