En los sonoros límites
de la tasca y sus paredes
nos escabullimos de las redes
del Facebook, el WhatsApp y el
Twitter.
(“Los Sonetos de la Taberna”)
Una
tarde cualquiera, sale uno de casa sin tener muy claro dónde va y para qué.
Pero no es cuestión de quedarse encerrado todo el día. Un buen paseo y después
un vino en la taberna y un rato de charla con los paisanos, siempre se
convierte en una aceptable solución.
Es
toda una base cultural esta de la taberna, aunque, sin que yo sepa muy bien por
qué, parece que ahora anda un poco devaluada. Más de una vez me ha querido
corregir algún propietario de alguna de ellas diciéndome que ni lo suyo es una
taberna ni él es un tabernero. ¡Vaya por dios!
Mari,
la del bar Centro de Puerto de Vega, que no solamente se considera tabernera,
sino que presume de ello, me dejó claro el otro día en siete palabras algo que
yo ya sabía, pero que necesitaba desarrollar toda una tesis para explicarlo: “La Taberna es un bar con Alma”
ilustración de Cecilia Romero |
Efectivamente,
así lo entiendo yo también. Y, además, si revisamos nuestra mejor historia, la
cultural, realmente debemos grandes momentos de la literatura a ese alma que
pulula entre creadores en el ambiente, popular con frecuencia, profundamente
intelectual, a veces, de una taberna, en torno a unos vinos o unos cafés, según
la hora. Nuestros clásicos del siglo de oro y tiempos posteriores nos enseñan
ésta evidente realidad. Y ahora parece que esto de ir a la taberna está peor
visto. Sólo para algunos y algunas, que otros y otras reivindicamos
respetuosamente lo contrario.
Así
que aquí estamos, creando un relato de la colección “Pesadilla en Zocodover”
sobre un encuentro que el autor mantiene con dos jóvenes en una taberna y con
el tabernero por allí, por el medio, sin llegar a entrar. ¿Qué taberna? La que usted quiera, querido
lector, porque en nuestro país, todavía,
se tienen magníficas y divertidas conversaciones en estos espacios que se
localizan en cualquier rincón del territorio patrio, y de esa manera se pasan
muy agradables momentos, sea cual sea nuestro acento, dialecto o idioma.
“Tango
y Magnolia” son los nombres de los dos jóvenes que el autor conoció ésa tarde,
y entre los tres tramaron un pequeño divertimento con la colaboración necesaria
de Diego, el tabernero, según la definición de Mari: el hostelero con alma de tal.
Y
todo acabó en poesía, a estilo clásico, con unos sonetos . Y hasta ahí puedo
leer.
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