Ricardo GAranda 030223
El concepto del
“Silencio” ha sido, a lo largo de la historia, uno de los más efectivos métodos
para imponer, desde el poder, desde las culturas predominantes, criterios que,
de otra manera, hubiesen sido siempre discutibles.
“Esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios" ¿En serio?
No es fácil de entender
como ha triunfado una reflexión que admite que es mejor no dar nuestra opinión,
no comprometer iniciativas, no contrastar nuestros pensamientos con los de los
demás, no defender, en definitiva, nuestras ideas en voz alta.
Nunca comprendí como
puede comprometernos, en un futuro. nuestra opinión sobre un hecho y no hacerlo
nuestro silencio, cuando es éste último el que nos obliga a mantenerlo a
perpetuidad, mientras que la opinión, humildemente, puede variarse si las
circunstancias o los conocimientos varían.
Y nadie se pregunta algo
realmente intrigante ¿Qué piensan los que no dicen lo que piensan? Parece que
preferimos el esfuerzo mental de mirarles a los ojos y tratar de adivinarlo.
Vaya esfuerzo tan inútil, con lo fácil que sería que lo dijeran en voz alta. La
maldita intriga sobre cuestiones que carecen absolutamente del valor del
misterio.
Pero no importa. Se ha
impuesto el concepto y socialmente se gradúa más al mudo que al opinador, al
cobarde que al comprometido. La opinión personal solo se estima si cobras por
darla, la gratuita ni se valora.
Por mi parte, sin entrar
en muchos matices y pormenores, solo hay dos silencios humanos que
decididamente comprendo: Uno se produce en la naturaleza, cuando te has
abandonado por los caminos y has llegado a ese rincón entre árboles, agua y
montañas, dónde todo se oye, pájaros, agua corriendo, ramas azuzadas por el
aire, hojas secas del suelo movidas por algún animal que no vemos. Todo se oye
menos la voz humana, porque no está en su sitio y porque, en estas
circunstancias, no tiene nada que decir.
El otro es el silencio de
la muerte. Se acabó, es lo que hay, no existe ninguna opción de que no sea así.
Este si es un estado natural e inevitable del Silencio. Nadie, salvo quienes piensen en otra vida en
la que fuera lícito hablar, va a discutir esto. Pero surge una contradicción
importante: Si es de muerte el silencio, si ese es su estado natural, ¿por qué
desearlo en la vida, en momentos de la vida, salvo aquellos paradisiacos que,
ya he dicho, comprendo?
Efectivamente, mi
conclusión es que hablar, dar tu opinión sobre las cosas, expresar libremente
tus ideas aceptando los riesgos de errar, es un claro signo de vida. De vida
humana, se entiende, porque bien conocido es que el resto de los animales no
hablan mucho.
Pero es que, además,
expresarse es un sano ejercicio que puede dar vida a otras gentes, porque, con
frecuencia, sin hablar es casi imposible defender causas ajenas de personas que
lo necesitan. Prestar esas ayudas que tanto molestan a los regímenes
dictatoriales, de ahí lo de “la mayoría silenciosa”, y a muchas empresas con
dirección intransigente, también de ahí lo de “si abres la boca estás fuera”.
Como dice Fito Cabrales: “Por
la boca vive el pez”
Posdata.-
Por
supuesto, cuando defiendo la cualidad de hablar por encima de la de mantenerse
en silencio, excluyo a quienes utilizan ese derecho para mentir, insultar y
hacer daño a otros. En esos casos, guardar silencio es una maravilla.
Muy buena reflexión sobre la libertad de expresión, Ricardo. Así es la democracia. Uno dice lo que piensa con respeto a los demás. Y el interlocutor debe encajar opiniones contrarias a las suyas con total naturalidad. Eso sí, como muy bien dices, sin mentir, insultar, ni tratar de hacer daño. Un abrazo.
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