Como dice Díaz-Varela, el
protagonista masculino de “Los Enamoramientos”, de Javier Marías, esto es una
novela, lo importante no es la realidad de lo que ocurre, al fin y al cabo, es
ficción, lo realmente trascendente es todo lo demás, los comportamientos de los
personajes, sus reflexiones, sus posibles límites, porque eso sí que puede
existir en la realidad.
Por eso esta historia
mantiene dos posibles finales, el lector o la lectora puede elegir cuál de
ellos le parece más creíble, porque el autor no tiene excesivo interés en
decidirlo, de hecho, la protagonista femenina y narradora, María Dolz, aun
estando muy interesada en conocer la verdad, se queda con todas las dudas sobre
qué historia, de las expuestas, pudiera servir como verdadera.
Es un experto Javier Marías
en jugar con las dualidades, a esa de la doble historia, habría que añadir el
desarrollo del dualismo de los tiempos: “ese
es el error…el de creer que el presente es para siempre, que lo que hay en cada
instante es definitivo…” Lo que ahora es un verdadero drama, un
acontecimiento “imposible” de superar, en el futuro podrá ser un simple dato
informativo, aunque seguirá existiendo en nuestra memoria “Si, todo se atenúa, pero también es cierto que nada desaparece ni se
va nunca del todo”
Y otro dualismo más, y
este más trascendente: El molesto regreso de los muertos, el deseo secreto de
que se vayan (“Sería una solución fácil y
un enorme alivio”), no solo desde la perspectiva del vivo, sino también
desde la de quien ha de irse sin poder reclamar su derecho a quedarse en la
vida: “¿Cómo va a tenerse derecho a lo
que uno no ha construido ni se ha ganado?”
Desde ninguna perspectiva
es compatible con la vida, para el autor (según lo expresan sus personajes), la
posibilidad de su permanencia o vuelta. Y se entiende en este concepto de
“vuelta” de Javier Marías, tanto la, aparentemente real, del Corornel Chabert,
del ejército napoleónico, dado por muerto en el campo de batalla y que
reaparece años después reclamando a su esposa, ya casada con otro, y a su
fortuna. O la de Anne de Breuil, colgada de un árbol por su justiciero esposo, el
ahora Mosquetero, y que reaparece detrás de sus malas artes, como reapariciones
meramente espirituales de quienes no se terminan de ir de la mente y de la vida
de sus seres queridos, impidiéndoles así el desarrollo de una nueva y
fructífera vida, como Díaz-Valera desea para Luisa, junto a él. “…los muertos…hacen mal en regresar los que
pueden. No podía Deverne, y más le valía.”
Otro aspecto que el autor
desarrolla en esta magnífica novela, es la importancia del comportamiento
delincuencial del individuo, en todos los sitios, en todos los tiempos. Las
guerras son horribles, pero quienes participan directamente en el campo de
batalla no deciden el horror, no necesitan tener, necesariamente, sentimientos
de odio o de ambición. En la delincuencia civil sí: odio, rencor, ambición. Y
es constante, cotidiano, mientras que las guerras, por muchas que haya, son
circunstanciales y acotadas en el tiempo:
“Lo peor es que tantos individuos dispares de cualquier época y país, cada uno
por su cuenta y riesgo, separados unos de otros por kilómetros y años, incluso
siglos, cada uno con sus pensamientos y fines particulares, coincidan en tomar
las mismas medidas de robo, estafa, asesinato o traición contra sus amigos, sus
compañeros, sus hermanos, sus padres, sus hijos, sus maridos, sus mujeres o
amantes de los que ya se quieren deshacer. Contra aquellos a los que
probablemente más quisieron alguna vez…”
Javier Marías nos cuenta
la historia desde el silencio. La protagonista nos narra continuamente sus
pensamientos, interesante es la reflexión sobre las contradicciones de lo que
siente por Javier después de tener la información que posee: “la corrección de los sentimientos es lenta,
desesperadamente gradual”. Pero no solo nos cuenta sus pensamientos, sino
que especula y nos narra los de los demás personajes. Llega al extremo de
desarrollar conversaciones enteras con carga de profundidad entre los demás
protagonistas aún sin conocerlos y arriesgando el error más clamoroso. Un
riesgo puramente literario, porque, como casi siempre, la narración la realiza
el propio autor, que elige, para sustituirle, al personaje que más le interesa,
el más aséptico aparentemente, el que menos se juega.
Gran novela que el
madrileño Javier Marías nos ofreció en 2011 y que yo he tenido ahora el placer
de disfrutar. Muy recomendable, aunque aconsejo que su lectura se acometa desde
la tranquilidad, porque es ahí dónde está la esencia de sus personajes. El
autor nos cuenta una historia relativamente sencilla y la arropa con gran
variedad de reflexiones humanas, sobre la muerte, sobre el derecho a la vida,
sobre la maldad del ser humano, sobre la importancia de la verdad y su
valoración ante la intervención del tiempo…Reflexiones del autor para hacernos
pensar a quienes accedemos a ellas.
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