LA COLUMNA DE LOS VIERNES
LA ESCOPETA NACIONAL.
Perdonadme por ser tan obvio en el título, repetir aparentes
tópicos y apoyarme en imágenes fáciles. Pero hoy quiero hablar de la
Corrupción, y “los tiros” van por aquí.
No solo ahora, sino desde que la Transición del franquismo a
la democracia adquirió su nombre, se ha debatido hasta la saciedad si aquello
se hizo bien o mal, si había alternativas reales, si la amnistía debía cubrir
también a los franquistas o solo a quienes lucharon contra ellos…
En definitiva, si el paso tendría que ser una ”transición”
pactada entre los legalizables partidos de izquierdas y los herederos del
régimen anterior o tendría que haber sido una “ruptura”, confrontando entre
ambas partes y ganándose desde esa confrontación el derecho a la democracia.
Mayoritariamente aceptamos el consenso de la Transición. Y digo
mayoritariamente, no de manera unánime (respeto al dato).
Personalmente yo estuve, con ésa mayoría, de acuerdo con
éste consenso. Como lo estuve con el texto Constitucional y con los Pactos de
la Moncloa.
Y esencialmente sigo pensando, tozudez la mía, que ésa era
la mejor opción en aquellos momentos. Es más, creo que ahora también lo sería.
Pero, efectivamente,
se cometió un grave error. Se supo hacer la transición del modelo político
de la dictadura franquista al de la democracia, pero no transicionamos la
cultura, las formas sociales de funcionamiento de una dictadura al del compromiso
personal y social de la democracia. No se entendió. No se hizo esfuerzo para
que se entendiera. La sociedad siguió siendo culturalmente franquista, se
sobreentendía que el tiempo provocaría, de manera natural, esa evolución. Pero
no fue así, sólo ante una crisis económica y de consecuencias sociales y
culturales, como la que nos ha llegado ahora, empezamos a entender nuestras
débiles bases.
Me temo que aún, en la actualidad, gran parte de los
empresarios españoles, los que dependen de conseguir contratas, no saben qué
hacer para conseguirlas si se les niega el tradicional camino de entregar
regalos (desde un mechero hasta cientos de miles de euros) al funcionario o
político que tiene que facilitarle o, directamente, otorgarle ése contrato.
Igualmente, hay funcionarios y políticos sorprendidos por el
hecho de que instancias sociales o jurídicas pongan veto a ésa manera de
conseguir beneficios para él o sus amigos. Algunos y algunas llegan a poner
cara de extrañeza.
A pesar de los muchos años transcurridos, a pesar de los
miles de discursos sobre honestidad y compromiso social, a pesar de las muchas
definiciones de comportamiento ético por parte de todos y todas, hoy, 21 de
noviembre de 2014, empresarios y políticos se reúnen en ambientes tan anacrónicos
como el de una cacería en la finca de alguno de ellos o de un intermediario.
Unos para vender y otros para comprar. Con porcentajes de beneficio a repartir.
Como en “La Escopeta Nacional” de Berlanga.
Igual. Exactamente igual. Treinta y seis años después.
No se hizo la transición en la definición democrática de
honradez y honestidad. No se hizo, y hay que hacerla, por quienes estaban allí
o por quienes, con todo el derecho del mundo, quieran corregir la deficiencia.
Pendiente está.
Ricardo Garanda Rojas
(@rgarciaaranda)
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