Ricardo G-aranda Rojas (@rgarciaaranda)
Un
europeo y un refugiado, cara a cara, durante cuatro minutos…a los ojos…ahí delante,
sin escapes, sin evasiones, sin cambiar de pensamiento.
Cuatro
minutos parecen poco, pero seguramente sobran para asumir en conciencia que
quien tienes delante es un ser humano, con nombre, con historia, con dolores y
dramas, con la alegría de que ahora está lejos de la guerra, del hambre porque
está frente a ti.
“Aquí
me tienes, soy un padre de familia, soy una madre que he parido tres hijos y
aquí los tengo, soy una niña que quiero crecer, amar, vivir…Aquí me tienes,
devuélveme si quieres a la mar, a la muerte…”
Tienes
delante a alguien cuya vida fue destruida tres veces, primero por las bombas y
los disparos de la guerra, después por el hambre y el camino inhumano por
tierra y por mar, y por último por la incomprensión, el desdén, el olvido, el
desprecio y hasta el odio. Ahí está, delante de ti, mirándote a los ojos,
incluso aunque su pudor, como si tuviera algo que ocultar, no le permita
mirarte de frente, ahí está. Ya no hay excusas. Nosotros sí que tendríamos que
bajar los ojos y no por pudor sino directamente por sentir vergüenza ante
nuestro comportamiento, porque lo que están haciendo nuestros gobernantes lo
estamos haciendo nosotros, eso también es democracia.
La
experiencia se basa en la reflexión de que cuatro minutos basta para conocer
que la persona que tienes delante es alguien que tiene, como mínimo, los mismos
derechos que tú, porque es como tú, porque a poco giro que hubiese dado la
historia perfectamente podrías ser tú, o tu pareja, o tu hijo, o tu hija.
Cuatro minutos pueden ser bastantes para comprender la humanidad.
Pregunto:
¿podemos dedicar cuatro minutos de nuestra soledad, de nuestro silencio a mirar
a los ojos a un refugiado, a un migrante, a un desfavorecido? Hagámoslo, seguro
que nos vendría bien…
Notas.-
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