Salí de esa loca imprenta de Sevilla y me llevaron a Toledo, dónde me esperaban con deseo.
Me abrieron, me tocaron como si de carne
fuera. Sentí un enorme cariño y respeto en las manos de mi creador que me llevó
con Proust a Barcelona, a la fiesta de la rosa y el libro. Mis relatos y mis
poemas se iniciaban en el trasiego feriante de hacer kilómetros.
Comenzaba así interfiriendo al azar en los
ordenados sueños de personas, entraba en las vidas paralelas de quienes
buscan en las páginas de un libro como yo una alternativa aceptable a la
solución marcada de sus vidas cotidianas.
Ya fui con esa corta pero importante
experiencia a Alcalá de Henares, a convivir con otras historias en la constitución de las Vías Literarias de los
Barrios de Letras, y a venderme en un “stand” de su feria del libro. Y digo
“stand” y no quiosco o caseta porque la librería se llamaba Notting Hill, que
para una ciudad tan decididamente cervantina como la Complutense, ya les vale. Entra en línea esta anécdota con la
ignorancia de las camareras de un hotel céntrico sobre la existencia de bodegas
en La Mancha. Las únicas pegas en una ciudad realmente bonita y cuidada.
Me presentaron después en Casabas, a los
amigos. Y en el Acrópolis y la Vinatería, lugares en los que disfrutamos con mi
relato “Tango y Magnolia”. Yo no acababa de entenderlo, siempre creí que mi
destino era esperar en los estantes de una librería a que alguien se interesara
por mí y, por el contrario, ahí me tienes, viajando de acá para allá y siendo
el centro de atención de lugares y momentos de ocio, de gastronomía y buenos
vinos. Todo esto está siendo algo raro.
Mi momento triunfal fue en Toledo, en su anual feria, en la Plaza
que me da nombre, la de la Pesadilla. Cuatro días de Mayo estuve allí. Primero
me presentaron y después me fueron recibiendo amablemente en los quioscos de
distintas librerías: Un día en Madriguera de Papel, otro en Hojablanca y, por
último, entre la lluvia que tan generosa se ha mostrado esta primavera, en
Taiga. Estuvo bien aquello, por momentos me sentía querido.
En Pinto conocí a gente nueva, la de
Escritores y Lectores. Esto estuvo bien, pero fue casi lo único, porque apenas
nadie se interesó por mí y los elementos enfadados mandaron contra nosotros sus
vientos y a punto estuvimos de salir volando. Fue gracioso ver cómo los humanos
sujetaban con fuerza los mástiles de las carpas para que los dioses bostezando
su aburrimiento no se las llevaran a su antojo.
Más tranquilamente me convertí en el
centro de conversación de un interesante grupo de lectura de Cobisa, después en
el de algunas emisoras de radio, en Getafe, Sonseca y el casi exotérico 11:11 de Leganés. Mis misterios
por las ondas, así no hay forma de guardar secretos.
J. Fersán, desde SabesLeer, me llevó en Leganés a la Casa
de Extremadura. Con poco ruido, cierto. Parece que la gente estaba en otros
sitios.
De la mano de Escritores y Lectores un
viaje más, esta vez a Córdoba. Esa magnífica ciudad que mi autor no había
visitado desde su anterior vida. Allí al fondo me tuvieron con José Luis, de
Suseya, con el que, en un gesto de adopción amable, también iría a Ávila días después. En Córdoba
no hicieron más que hablar y hablar estos humanos y yo me aburrí soberanamente
en medio del montón de mis congéneres.
Lo de Cuéllar fue distinto, Adolfo por
un lado y Vanesa por otro me invitaron y pude conocer a Lorena, de Leibros y a
Pilar, de la librería Carbajo. Bien temprano, mi autor se iba a dar largas
caminatas a las Hoces del Duratón, desde Sebúlcor, que era dónde iba mientras a
mí me dejaba encerrado en la coqueta caseta de madera de aquel parque de
Cuéllar. Ya el día lo pasábamos juntos hasta que se volvía a escapar para
disfrutar de las magníficas carnes de la zona.
Y así hemos llegado a este mes de Julio
y nos hemos ido al Mar. Exactamente a Los Alcázares. Allí tuvieron también
su sesión de endogámicos debates, pero
en un sitio precioso, el patio del Balneario de La Encarnación. Y, al día
siguiente, en el paseo marítimo de aquel tranquilo mar, unas horas de lo que a mi
realmente me gusta: ofreciendome a la gente, que me toquen, que me abran, que
me lean y, si es posible, que me lleven a sus casas. Fuimos con Lusa y
Ediciones Proust a este rincón de Murcia, y allí volvimos a conocer a buena
gente: A un viejo amigo de mi autor, Moncho , que hacía ya cuarenta años
que no veía, desde la época de los estudios de Periodismo, y a su compañera
Milagros, también fabricadora de sueños consagrada. Y a Emilio, el gran
organizador, y a Pilar, y a Lydia, y más y más y más….
Mucha gente buena hemos conocido mi
autor y yo durante estos tres meses. Y
desde que salí de esa imprenta de Sevilla he conseguido llegar a un par de
centenares de casas que antes no me conocían. En muchas de ellas ni siquiera
conocían a mi autor. Y la idea es seguir, quiero conocer a más lectores y más
lectoras, quiero ir a sus casas y para ello me tengo que seguir presentando: En
Toledo, en su Biblioteca Regional, en el Teatro Echegaray de Sonseca, en Madrid
y en algunos otros sitios más, ya os lo iré contando.
Con el permiso, claro está, de mi autor.
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