Ésa “enfermedad de larga duración” a la que de
manera tan eufemísticamente se suelen referir en los medios de comunicación se
llama Cáncer. Esa “cosa mala” como la identifica mucha gente en conversaciones
populares, se llama Cáncer. Y es necesario que hablemos de él llamándole por su
nombre, en voz alta, mirándonos de frente. Porque al Cáncer hay que combatirlo,
es un peligroso enemigo, y como tal, hay que afrontarlo con toda nuestra
capacidad de conocimiento y sin timideces que puedan favorecer su ataque. Si
vemos a alguien con un bulto, con una mancha en la piel que nos pudiera hacer
sospechar, no debiéramos decir “eso puede ser malo”, sino “que te lo vean
inmediatamente porque puede ser Cáncer”. Tal vez con ese realismo lingüístico
consigamos también que las chicas pasen sus revisiones en el momento adecuado y
no dejen pasar el tiempo. Por ejemplo.
Hay que hablar de él cuándo se sufre y cuándo
no, que no sea necesario sufrirlo para
tener algunas informaciones. Todos sabemos que hay distintos tipos de cáncer
según la parte del organismo que ataca, mucha menos gente sabe que dentro
de ellos hay toda una clasificación en
función, entre otros factores, de cómo se identifican y se desarrollan sus
células. Los especialistas saben que es fundamental conocer todo para saber con
qué medicamentos y a qué ritmo hay que atacar. Por ejemplo, yo estuve cerca de
un Cáncer de Mama que se identificaba técnicamente con el nombre de “Triple
Negativo”, aunque hablé con dos oncólogos diferentes (un cirujano oncológico y
una oncóloga) que le llamaban “el pequeño hijo de puta”, porque había que ser
muy rápidos con él.
Hay que hablar de estas cosas, no son ningún
secreto. Hay que hablar del enemigo. Y hay que saber también que las
consecuencias de su ataque no sólo es la diferencia entre vivir o morir.
Obviamente, esa es la cuestión grave por antonomasia, pero hay otras
consecuencias para quienes son capaces de vencerlo. Desde la alegría de vivir
las olvidamos, no hablamos de ellas, no nos creemos en el derecho de quejarnos,
pero están ahí.
Muchas personas consiguen seguir viviendo después de
luchar contra su Cáncer, pero mantienen dolores e incapacidades físicas para el
resto de su vida, y tienen que convivir con una eterna preocupación por sí
misma y por la gente que les rodea, por los hijos, por las hijas. Han visto la
cueva del dragón y no pueden dejar de pensar en ella.
Medicamentos para los dolores y revisiones
continuas. Pero además hay muchos casos de pérdida de trabajos, de carreras
profesionales, de proyectos, de sueños. Tienen la enorme suerte de mantener una
vida, pero casi nunca es ya la misma, es otra.
Por todo ello y sin entrar aquí en demasiados
detalles, es imprescindible la solidaridad en éste terreno. El sistema
sanitario hace lo que puede, y sinceramente creo que es mucho, con sus enormes
profesionales, pero no basta. Los enfermos de Cáncer necesitan más y más
variados apoyos tanto mientras padecen la enfermedad como cuándo han conseguido
vencerla, y los necesitan para que su
vida pueda ir transcurriendo lo más razonablemente posible.
Hay muchas
organizaciones y asociaciones que trabajan en éstas líneas, hacen una labor
extraordinaria, busquémoslas y hablemos con sus miembros de la gente que lo
pasa mal por las secuelas y de la ayuda que necesitan. Hablemos del Cáncer con
quienes lo conocen en el día a día. Y prestemos ayuda, de alguna manera.
En mi pueblo, Sonseca, existe la Asociación de Apoyo
a Afectados por Cáncer, es de ámbito comarcal, y en ésa asociación participa
gente de Ajofrin, Mazarambroz, Chueca, Orgaz, Villaminaya y Los Yébenes. Están
desarrollando una gran labor con los escasos medios con los que cuentan. Yo he
querido aportar mi granito de arena donando a esta asociación los modestos beneficios que se puedan obtener de la venta de mi libro de poesía “ELLA”. Pero
eso es sólo un minúsculo granito de arena.
Se llama Cáncer, hablemos de él.
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