Tras “De Hombres y Sirenas” (http://garandaromero.blogspot.com/2019/04/de-hom bres-y-sirenas.html) Carlos L. García-Aranda nos propone su segunda novela con la evidente intención de que disfrutemos con su lectura, y, al menos en lo que a mí se refiere, lo ha conseguido. “Una Caricia en la Memoria” es una magnífica historia en la que el autor sabe contraponer lo más rancio de nuestras tradiciones rurales con la belleza limpia del arte, de la música sublime.
Ambas novelas tienen
similitudes importantes, aunque las historias no tengan nada que ver. Cuando
leí la primera escribí: “De Hombres y Sirenas es una historia sobre
una época de este país en la que, si todo era duro, ser diferente era
peligroso. Pero también es una historia de amores y desamores, de encantos y
desencantos. De encontrar o no encontrar la Sirena y volar con ella al
infinito.”
Algo muy parecido podría
escribir ahora sobre “Una Caricia en la Memoria”. Salvo que “la Sirena para
volar con ella al infinito” ahora es la música. Pero la gran diferencia está en
una figura que en ambas aparecen: la Madre, en la primera fue la gran
protección del protagonista, comprensión dónde más hacía falta y visión
espiritual en el centro de aquel infierno: “el arte es el único reflejo del
alma que se nos permite mostrar a los seres humanos”.
Bernarda, la Madre en
esta segunda historia tiene un papel más central que aquella, y al contrario de
ella, totalmente castrante.
Carlos L. García-Aranda
traza una historia dramática, pero perfecta, sobre tres pilares: Bernarda, que representa
la vida rota en la que se ocultan, hasta la amargura, los sentimientos ante,
primero, la obligación de cumplir los deseos de sus padres y, segundo, la de
aparentar lo correcto, lo tradicionalmente correcto en una sociedad rural
cerrada y marcada por las apariencias.
Elisa, la hija,
perseguida día a día por estas obsesiones de su madre. Tiene que elegir entre
seguir los pasos que ella le marca o volar, volar, volar a encontrar las notas
musicales en el viento. “Mi madre me quitó muchas cosas, me quitó la
identidad…me quitó a mi hijo….Pero hay algo que no pudo quitarme: la música”
“Para
Elisa” (no creo que sea casualidad el nombre de la
protagonista), “Claro de Luna” los
tres movimientos de “Sonata para piano nº
14”, “Casta Diva” de “Norma” y su
propia sintonía, porque la vida de Elisa se va anotando poco a poco con las
teclas del piano como si de un diario se tratara. Todas las músicas que se van
citando sonaban en mi spotify mientras leía la novela Todas, menos la
sinfonía-diario que va escribiendo la protagonista. Supongo que esa se la
reserva el autor para sí mismo.
Es la historia de Elisa,
de sus éxitos y sus frustraciones, de sus sueños y sus duelos, Pero, al igual
que en su primera novela, es la historia de la incomprensión, de la dureza y
cerrazón de una vieja cultura intransigente, dura, muy dura, enmarcada en una
tradición religiosa, irrespetuosa con la libertad: “Cuando tuve mi primer periodo, mi madre me dijo que las mujeres
habíamos nacido para sufrir, que nuestro destino era buscar a un hombre que nos
mantuviera y aceptar el sufrimiento….sufrimiento, lo que yo necesitaba porque
me hacía sentir viva. Me hacía sentir que estaba cumpliendo mi papel en la
vida.”
La acción está situada en
un ficticio (o no) pueblo toledano a la ribera del Tajo, entre finales del
siglo pasado y lo que llevamos de este. Pero da igual, podría ser en cualquier
otro hábitat de la zona rural y en cualquier otra época, de hecho, esta
historia uno se la imagina en unos años más lejanos, cuesta creer que, en esos
años tan cercanos, pudieran ocurrir algunas cosas de las que se cuentan.
En esta novela, hasta los
personajes secundarios exigen lágrimas, especialmente dos de ellos: La Consuelo
y la Flechas, “el odio que crea odio”. Y el drama de Juan Luis…No es de extrañar que
el autor necesite 666 páginas. Os aseguro que las llena todas, sin paja.
Hay que leerla.
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